El siglo XIX y los arquetipos definitivos del corrido

A partir de las guerras de la Independencia de México y a lo largo del siglo XIX, el romance-corrido configura sus características propias. Es en este siglo que vemos con claridad al corrido constituirse, por un lado, como género épico durante los conflictos nacionales, por otro, hacer una morfología del pícaro durante los periodos de relativa paz. A lo largo del siglo puede constatarse que, al iniciarse la guerra entre los insurgentes independentistas y los realistas cortesanos, el romance-corrido circuló musicalmente en jarabes tanto en sus versiones épicas o sátiras contrahegemónicas. Sus composiciones se convirtieron en verdaderos símbolos de un naciente espíritu nacional que se echó a andar como noticia lírica en la voz de los trovadores populares (De María y Campo 21), que prevalecieron en el anonimato, pero con jocosidad y picaresca, incitaron a abolir el virreinato, como lo sugiere el siguiente canto:

“Señor virrey Apodaca,/ ya no da leche la vaca/ porque toda la que había

Calleja se la llevó;/ ahora ya no son para los criollos./ La tiranía de Apodaca[1]/ nos causa gran malestar, / más valiera que el virrey/ se fuera pronto a pelear/ pues no tenemos empacho/ en llamarle buen borracho[2].

A partir de la Independencia, el romance-corrido, tanto en su tradición épica como en su picaresca, van a destacar como géneros propios y, además, según lo hace notar Armando De María y Campos, ya dotados de una ideología social de patriotismo y sentimiento de nacionalidad que no alcanzó a mostrar el romance español en su evolución en la península ibérica (28), donde primordialmente el romance se conservó en cantares de desamores, en sones infantiles o como villancicos. En contraste, en México, con una tradición que se conservaba y, a la vez, evolucionaba, el corrido fue definiendo sus características morfológicas y ganando sus propios nombres según sus regiones: romance, tragedia, ejemplo, corrido, versos, coplas, bolas o relación.

Vale destacar que fue a partir de la Independencia cuando ya notamos una cierta propensión al registro de la violencia social, en canciones que registraban a las gavillas de bandidaje. Paul Vanderwood, quien ha estudiado el fenómeno de las gavillas en el siglo XIX, hace hincapié en cómo el conflicto de Independencia se prolongó debido a un interés tanto de la Corona como de los bandidos por controlar el trafico de rutas:

“[T]anto los realistas como los rebeldes prolongaban deliberadamente la guerra por las fáciles ocasiones de saquear que brindaba, so capa de patriotismo. La línea divisoria entre guerrilleros mexicanos, supuestamente patriotas y bandidos, se hizo tan borrosa que [Chris] Archer les da el título de ‘bandidos guerrilleros’. Debido a la inseguridad de los caminos, los comerciantes tenían que contratar unidades análogas a las militares para que protegieran sus mercancías en tránsito. Y así, el comercio nacional dependía de la voluntad del ejército y de los bandidos, quienes aprovechaban el desorden para enriquecerse. Los bandoleros vendían el producto del pillaje a comerciantes que lo distribuían en las ciudades; Guanajuato era una de ellas. Agustín de Iturbide vendía permisos de salida a los españoles que temían ser muertos durante los disturbios. Su lucro dependía de que continuara el desorden. Sólo la oportunidad de recompensas mucho mayores persuadió a Iturbide de traicionar a su Rey y entablar las negociaciones que condujeron a la Independencia formal. Los bandidos habían surgido de la lucha por la Independencia en pequeñas gavillas de antecedentes varios, unidas por el deseo común de salir adelante. Habían saqueado tanto en calidad de monárquicos como de republicanos durante la guerra, y al terminar ésta no quisieron volver a sus hogares. Tenían la intención de tratar con los nuevos dueños del poder” (46-47).

Las gavillas, como sugiere Vanderwood, tuvieron un protagonismo desde el conflicto de la Independencia de México y continuará su fenómeno en las restantes guerras nacionales. Ahora bien, habiendo alcanzado su Independencia[3] de la Corona española, como se sabe, a las pocas décadas México establece su primer conflicto internacional con los Estados Unidos. Desde 1845, la ansiedad expansiva estadounidense con el llamado Destino Manifiesto[4] empezó la disputa por la antigua provincia de Nuevo Santander en la región norteña de Texas, cuyas ciudades como Mier, Guerrero y Matamoros se habían convertido ya en metrópolis del Virreinato.

Guerra de Reforma: la épica entre liberales y conservadores

Posterior a la pérdida de la frontera por el gobierno conservador de Antonio López de Santa-Anna, en el plano político nacional el liberal oaxaqueño Benito Juárez proclamó en 1854 el Plan de Ayultla, con el cual empezó por desconocer la autoridad de Santa-Anna y se dispuso a instaurar un régimen de poder cívico que decretó la expropiación de las propiedades de la Iglesia (Custodio 34). Como consecuencia, los conservadores centralistas declararon la guerra civil en todo el país bajo el lema de “¡Religión y Fueros!”. Este periodo, conocido en la historia oficial como Las guerras de Reforma, a nuestro juicio, encauzó la tradición del corrido a sus dimensiones épicas definitivas; así lo registran batallas, asonadas y fusilamientos de ambos bandos como lo muestra el siguiente diálogo de un soldado liberal condenado por su verdugo, el capitán Francisco Lozano:

“Cuando Arias mandó llamar/ A don Francisco Lozano,/ Llegó queriendo llorar / con el sombrero en la mano./ Le dijo: –Mi capitán,/ Perdóneme usted la vida,/ Que estoy puro y sin salida/ Como el juego del cunquián. / –Amigo: ese juego del cunquián/ es un juego muy ingrato,/ me puse a jugar un rato/ y perdí hasta el barragán./ Viernes dieciocho de enero,/ me recuerdo, fue muy cierto,/ cuando en Zacapu fue muerto/ Arias, famoso guerrero” (Mendoza 131).

Además de venir moldeándose con una narrativa en tercera persona, la trama empieza a detallarse con precisión de fechas y una localidad para aportar referencias informativas más precisas a su audiencia. Curiosamente, el corrido va a usar de manera inconsciente una intuición informativa para narrar sus eventos con las 5W del periodismo moderno: Qué, Cuándo, Dónde, Quién y Por qué[1]. De esta época, también las composiciones van a crear fórmulas narrativas consistentes en un patrón de seis secuencias. De acuerdo con Morena Rivas, este protocolo consistía en: (1) un llamado al público por parte del corridista, (2) inmediatamente después, y narrando en tercera persona,  aparece el nombre del protagonista, (3) luego el suceso, y la incorporación de otros personajes aliados o antagónicos, (4) también en alguna cuartera se incorpora la fecha del acontecimiento; (5) nunca se deja de pronunciar una sentencia aleccionadora a sus oyentes, es decir, una moraleja que celebra o condena las acciones del protagonista, y (6) casi sin excepción, se solía cerrar con una despedida (31-32). Esta fórmula en boca de los cantores decidirá el orden de la secuencia 2, 3 y 4, según la urgencia de la transmisión del evento. Por otro lado, la secuencia 5, es decir, la moraleja, que solía ser dejada siempre antes de la despedida, es la secuencia quizás más significativa del corrido en términos de aportación de una visión ideológica.

Si bien el corrido ha tendido a una tradición de origen oral, es preciso mencionar que en este período se suman compositores letrados a componer romances populares como dispositivos ideológicos con el objetivo de persuadir y explicar la implementación del Plan de Ayultla del nuevo presidente Benito Juárez. Un esfuerzo con ese objetivo fue el que hizo el poeta y político liberal Guillermo Prieto, quien se dedicó a componer romances-corridos con el objetivo de formar una embrionaria conciencia de clases[2]. Sus romances van a procurar articular una esperanza de la recuperación de ejidos, las parcelas y las tierras comunales para los sectores históricamente desfavorecidos de la Colonia (De María y Campos 30). Es también desde la pluma de Prieto que vamos a observar un sentimiento anticlerical políticamente consciente, al que le urgía la expropiación de las “tierras muertas” a la Iglesia para reactivar la economía[3] de la administración de Juárez.

Apartando las motivaciones de Prieto, en ese sentido, éste parece haber realizado la misma operación que hicieran en el siglo XIV y XV los compositores cortesanos en la península ibérica durante la Reconquista; esto es, apropiarse de los modos de la poesía popular para posteriormente llevarlos “a los salones y las cortes” (Mendoza 30), marcando con ello, desde luego, dos tipos de tradiciones y registros entre sus creadores y propagadores: por un lado, el registro del letrado y, por otro, el trovador que “ignoraba toda clase de reglas para componer” (ídem) y cuyas composiciones perduraban mientras fueran retenidas, ya fuera en la memoria colectiva o en la memoria individual del trovador.


[1] Las 5W (what, who, where, when and why) es la fórmula del periodismo clásico para articular sus leads.

[2] Los versos de Guillermo Prieto lograron rápida difusión entre las tropas [en la Guerra de Reforma]. Se les puso música y a poco, durante la Guerra de Reformas, los soldados cantaban esa marcha en los campos de batalla e incluso fusilaban a los prisioneros al ritmo de sus versos (30).

[3] En ese particular, ya observará De Giménez que “el corrido también fue apreciado por las clases medias y urbanas que lo utilizaron de panfleto político” (49), esto con mayor claridad para inicios del siglo XX desde el seno de conciencias revolucionarias o antirrevolucionarias. No obstante, a nuestro juicio, es con Prieto que posiblemente date el corrido agenciado desde el “letrado” y hecho circular conscientemente como propaganda política entre los sectores populares.

[1] Juan Ruiz de Apodaca fue el último virrey de la Nueva España.

[2] En Custodio 25-26, corrido descubierto por Higinio Vásquez Santana e incluido en Canciones, Cantares y Corridos Mexicanos. Ediciones León, Sánchez, México, sin fecha.

[3]  La demografía para antes de la Independencia estaba constituida de catorce mil españoles, quinientos mil de españoles nacidos en México, un millón trescientos mestizos resultado del cruce de españoles con indios y negros y un total aproximado de tres millones setecientos mil indígenas (Valenzuela Arce 32).

[4] La frase “Destino manifiesto” fue acuñada por el periodista John L. O´Sullivan en la revista Democratic Review de Nueva York en 1845. La frase fue acuñada para representar un proyecto político cristalizado desde los imaginarios de la tradición calvinista puritana como un designio natural otorgado por la Divina Providencia a los colonos anglosajones y germanos para desplazarse por los territorios mexicanos de hoy California, Arizona, Nuevo México, Colorado, Utah, Nevada y Texas. (Begoña Arteta 12-30).