Orígenes: Del romance andaluz a los cantos de la Independencia de México

Los primeros soldados que arribaron a la Nueva España procedían de los territorios  –reductos del califato Andaluz– reconquistados por el reino de Castilla, donde yacían frescas las huellas de la cultura arábiga. El especialista en corridos, Vicente Mendoza, puntualiza que la particularidad del origen de estos soldados hizo prevalecer con más ahínco la tradición del relato caballeresco[1], es decir, romances que dan cuenta de territorios en el que prevalecían con una ontología de la honra, la valentía y las venganzas de sangre. Estos valores medievales en México no solo se adoptaron tempranamente, sino que fueron perpetuados social y culturalmente en el corrido mexicano como ejercicio contra-hegemónico a las dinámicas políticas, que aún rigían en los territorios con caciques regionales, tanto pasados como presentes, donde el poder central no ejerció su totalmente soberanía y poder.

A través de los trabajos de Rafael Mitjana, Mendoza propone que los romances como composiciones vernáculas transmitidas a América pasaron no solo como gestas medievales o relatos caballerescos, sino que también adoptaron las relaciones picarescas, con personajes que narran su ascendencia social desde las penumbras de la pobreza, y esto ocurre en España en un periodo histórico en el que se derrumba una sociedad medieval y veía venir a la emergente sociedad burguesa, la cual se desarrolló precariamente pese al yugo de la Contrarreforma. Es en este contexto que igualmente emerge la figura del pícaro[2] como ícono social de gran influencia en la futura literatura española, y en México, el pícaro adoptará un carácter tragicocómico en su relación subalterna, inicialmente frente a las autoridades coloniales y, posteriormente, frente a los hacendados, terratenientes, caciques regionales y gobiernos contra los que intentará infructuosamente triunfar.

En conjunto, tanto el relato épico de gesta caballeresca, particularmente de Andalucía, así como una tradición importante del relato picaresco en forma de “romance-corrido” son, por tanto, los que asimilan las poblaciones del Virreinato de Nueva España. Esto sin descuidar que fue difundido como música profana fuera de la vigilancia de la Iglesia, circulando primordialmente entre el peninsular laico y el indígena sometido. Y aunque fueron incompresibles para el mundo indígena inicialmente, “no habría de pasar mucho tiempo para aprender el idioma y satirizar las danzas que el conquistador les impusiera” (Saldívar 155). Sumado a las observaciones de Mendoza, por su parte Gabriel Saldívar propone posibles vetas al corrido de la poesía náhuatl, primordialmente al identificar los cantos épicos que los bardos precolombinos compusieron a los miembros de la realeza azteca. No obstante, éste también reconoce elementos que no se ajustan a la tradición cultural y social del corrido, pues el factor indígena y sus raíces culturales musicales no coincide ni en lo instrumental, ni en composiciones y tampoco se ajustan a sus ritmos (156). Sobre esta misma línea, el folclorista mexicano Mario Colín considera que el corrido no pudo tener su fuente en el mundo indígena debido a que, incluso a la fecha, “nuestros indígenas no lo cantan; no es un género que les sea familiar ni lo han cultivado, no habla de ellos y, por consiguiente, les es extraño” (XVI). Además, agrega Colin, curiosamente “[t]ampoco lo cantan los españoles ni lo cultivan porque de ellos sí se ocupa, y no para elogiarlos precisamente” (ídem). Por lo que atañe, el corrido sí parece haber sido gestado desde los sectores indígenas, según Catalina H. de Giménez, “tras un proceso de circulación cultural” (19) y mestizaje, registrando en su amplia tradición episodios de carácter violento, la realidad dura y descarnada con un desprecio por la vida (De María y Campos 51). Es en este proceso que el romance-corrido hace su transición histórica del mundo colonial a la Independencia de México, circulando –indica Álvaro Custodio– por “poblados, aldeas, chozas y jacales a lo largo del enorme país, cuatro veces mayor que España” (Custodio 10). El corrido se constituyó así como “una especie de gacetilla poética que, como el romance castellano, tiene por misión reflejar, con una ingenua melodía como ritmo y un espíritu crítico como fondo, los sucesos de un período histórico cargado casi siempre de violencia” (9). Y no en pocos casos se mostró como una  visión antagónica a la historia oficial[3]. Este corrido “prenatal”, que circuló hasta los albores de la Independencia interpretado musicalmente a través de los jarabes o la valona, fue históricamente censurado por la Iglesia y el virreinato, logró colarse con sones mestizos, pero éste dando privilegio a su función informativa sobre la música.

Sobre la base de lo anteriormente expuesto, fue a partir de las guerras de Independencia y a lo largo del siglo XIX que el romance-corrido configura sus características propias. Es a la vez en este siglo en que vemos con claridad al corrido constituirse, por un lado, como género épico durante los conflictos nacionales y, por otro, con la morfología del pícaro durante los periodos de relativa paz. A lo largo del siglo puede constatarse que, al iniciarse la guerra entre los insurgentes independentistas y los realistas cortesanos, el romance-corrido circuló musicalmente en jarabes tanto en sus versiones épicas o como sátira contra-hegemónica. Sus composiciones se convirtieron en verdaderos símbolos de un naciente espíritu nacional que se echó a andar como noticia lírica en la voz de los trovadores populares (De María y Campo 21), que prevalecieron en el anonimato, pero con jocosidad y picaresca, incitaron a abolir el virreinato, como lo sugiere el siguiente canto:

“Señor virrey Apodaca,/ ya no da leche la vaca/ porque toda la que había

Calleja se la llevó;/ ahora ya no son para los criollos./ La tiranía de Apodaca[4]/ nos causa gran malestar, / más valiera que el virrey/ se fuera pronto a pelear/ pues no tenemos empacho/ en llamarle buen borracho[5].

A partir de la Independencia, el romance-corrido, tanto en su tradición épica como en su picaresca, van a destacar como géneros propios y, además, según lo hace notar Armando De María y Campos, ya dotados de una ideología social de patriotismo y sentimiento de nacionalidad que no alcanzó a mostrar el romance español en su evolución en la península ibérica (28), donde primordialmente el romance se conservó en cantares de desamores, en sones infantiles o como villancicos. En contraste, en México, con una tradición que se conservaba y, a la vez, evolucionaba, el corrido fue definiendo sus características morfológicas y ganando sus propios nombres según sus regiones: romance, tragedia, ejemplo, corrido, versos, coplas, bolas o relación.

Vale destacar que fue a partir de la Independencia cuando ya notamos una cierta propensión al registro de la violencia social, en canciones que registraban a las gavillas de bandidaje. Paul Vanderwood, quien ha estudiado el fenómeno de las gavillas en el siglo XIX, hace hincapié en cómo el conflicto de Independencia se prolongó debido a un interés tanto de la Corona como de los bandidos por controlar el trafico de rutas:

“[T]anto los realistas como los rebeldes prolongaban deliberadamente la guerra por las fáciles ocasiones de saquear que brindaba, so capa de patriotismo. La línea divisoria entre guerrilleros mexicanos, supuestamente patriotas y bandidos, se hizo tan borrosa que [Chris] Archer les da el título de ‘bandidos guerrilleros’. Debido a la inseguridad de los caminos, los comerciantes tenían que contratar unidades análogas a las militares para que protegieran sus mercancías en tránsito. Y así, el comercio nacional dependía de la voluntad del ejército y de los bandidos, quienes aprovechaban el desorden para enriquecerse. Los bandoleros vendían el producto del pillaje a comerciantes que lo distribuían en las ciudades; Guanajuato era una de ellas. Agustín de Iturbide vendía permisos de salida a los españoles que temían ser muertos durante los disturbios. Su lucro dependía de que continuara el desorden. Sólo la oportunidad de recompensas mucho mayores persuadió a Iturbide de traicionar a su Rey y entablar las negociaciones que condujeron a la Independencia formal. Los bandidos habían surgido de la lucha por la Independencia en pequeñas gavillas de antecedentes varios, unidas por el deseo común de salir adelante. Habían saqueado tanto en calidad de monárquicos como de republicanos durante la guerra, y al terminar ésta no quisieron volver a sus hogares. Tenían la intención de tratar con los nuevos dueños del poder” (46-47). Las gavillas, como sugiere Vanderwood, tuvieron un protagonismo desde el conflicto de la Independencia de México y continuará su fenómeno en las restantes guerras nacionales.

***Fragmento***


[1] Los soldados andaluces introdujeron a la Nueva España la gesta caballeresca entre “moros y cristianos” y desde este modelo “adquirió un aspecto bien definido como género épico” (Mendoza 117).

[2] En complemento al género épico, Mendoza señala que los romances-corridos como “El Conde Sol” y “La Molinea” ya serían también formas picarescas en el corrido mexicano, que iría inicialmente transmitida en relato de el amor, desamor, engaño y adulterios de la mujer al marido. Muchas de esas historias vistas a la luz de nuestro tiempo eran cantados en villancicos infantiles, no pocos de ellos concluían en un feminicidio.

[3] Avelino Gómez Guzmán señala que ya desde el siglo XVII se tiene conocimiento de la existencia de coplas de carácter satírico que eran cantadas “por y para el pueblo en plazas públicas”, y aludían en tono sarcástico a personajes públicos y “hechos chuscos” de la sociedad. (https://docplayer.es/22733628-El-narcocorrido-y-sus-claves-avelino-gomez-guzman.html).

[4] Juan Ruiz de Apodaca fue el último virrey de la Nueva España.

[5] En Custodio 25-26, corrido descubierto por Higinio Vásquez Santana e incluido en Canciones, Cantares y Corridos Mexicanos. Ediciones León, Sánchez, México, sin fecha.

[6]  La demografía para antes de la Independencia estaba constituida de catorce mil españoles, quinientos mil de españoles nacidos en México, un millón trescientos mestizos resultado del cruce de españoles con indios y negros y un total aproximado de tres millones setecientos mil indígenas (Valenzuela Arce 32).

[7] La frase “Destino manifiesto” fue acuñada por el periodista John L. O´Sullivan en la revista Democratic Review de Nueva York en 1845. La frase fue acuñada para representar un proyecto político cristalizado desde los imaginarios de la tradición calvinista puritana como un designio natural otorgado por la Divina Providencia a los colonos anglosajones y germanos para desplazarse por los territorios mexicanos de hoy California, Arizona, Nuevo México, Colorado, Utah, Nevada y Texas. (Begoña Arteta 12-30).