La sierra biopolítica y el sicario buchón

Por Martin Mulligan, University of Missouri-Columbia

El académico de la Universidad Autónoma de Sinaloa, Juan Antonio Fernández Velázquez, ha sugerido dar una atención al desarrollo de algunas economías regionales mexicanas para comprender cómo “se construyeron las historias de violencia y transgresión” en torno al desarrollo del narcotráfico (33). En ese particular, la Sierra Madre Occidental, la sierra, es un locus seminal de enunciación en narcocorridos tradicionales que nos permiten rastrear el origen de la figura del buchón del cual el narco-sicario Manuel Torres Félix, perteneciente a esa estirpe tradicional, quizás sea uno de sus últimos representantes.

La Sierra Madre Occidental de México, particularmente la cordillera que atraviesa los Estados de Chihuahua, Durango y Sinaloa, fue también región de héroes populares dedicados al bandidaje, tales como Heraclio Bernal, Jesús Malverde y el proto-revolucionario Doroteo Arango (Pancho Villa). Tierra de forajidos y bandidos, la sierra también albergaba a comunidades que por más de un siglo se habían iniciado en el desarrollado de sembradillo tanto de mariguana como de la flor de amapola, cuya resina es base de los opioides: morfina y heroína. Para la década de 1920, la prensa de Sonora y Sinaloa ya nombraba “gomeros” a estos campesinos cultivadores de enervantes, por ser el término “goma” con el que los campesinos se referían a la resina de amapola. Estos sembradillos proliferaron desde la década de 1940 en la práctica de cultivos entre las comunidades de la sierra, dividiendo su ciclo agrícola: uno para cultivar granos de subsistencia y el siguiente para obtener liquidez monetaria con los sembradillos de enervantes.

También sabemos que la siembra y el procesamiento de la “goma” fueron oficios de desarrollo familiar y comunal determinado “por un alto grado de solidaridad y espíritu colectivo” (Fernández Velázquez 35) y cuya producción era almacenada comunalmente para venderse al cacique regional más cercano. Así se organizó el primer eslabón que posibilitó el procesamiento, distribución y venta entre múltiples agentes sociales, en cuya división del trabajo se desplegaba una red entre la sierra y Culiacán[1]. La dinámica de esta geografía social Fernández Velázquez la interpreta al afirmar que históricamente el narcotráfico:

“ha sido un producto de solidaridades y reciprocidad o moralidades e intereses, que se encuentran enraizadas en un espacio o territorio particular con una cultura local o regional muy definida. [El narcotráfico] guarda una relación simbiótica con el espacio físico y los recursos naturales o geofísicos. No es un fenómeno que se implante desde el exterior sin aceptación local o resistencia. Sino que es una forma en que los territorios adoptaron la práctica de cultivos ilegales en un complejo proceso socioeconómico que también contó con las intervenciones oficiales y privadas” (34)[2].

En ese sentido, el fenómeno del narcotráfico también generó entre sus comunidades empobrecidas un “pragmatismo ético” (Astorga 31) de naturaleza endógena y exógena. Por un lado, este pragmatismo va a representarse en una cooperación voluntaria en las redes clandestinas del narcotráfico, y, por otro, generó un “modelo de convivencia”[3] (Valdés Castellano 86) con los caciques regionales y el aparato del Estado.

Guillermo Valdés-Castellano, ex director general del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) de México, en sus estudios sobre la historia del narcotráfico ha señalado que este “modelo de convivencia” fue originalmente diseñado por el Estado para practicar, tanto el beneplácito como la coacción, contra los agentes de esta economía ilegal. Por su parte, esta matriz estatal de “conveniencia”, ejecutada a través de mandos militares y policiales, como hace notar el académico Oswaldo Zavala, va a permitir “naturalizar la idea de que el narco se constituye por fuera del Estado […] y está simbólicamente localizado en las fronteras externas de la sociedad civil” (100).  Este modelo de gobernabilidad en las “sombras”, lejos de hacer a las comunidades sierreñas permanecer fuera del radar del Estado, por el contrario, lo ha hecho presa de la sujeción estatal y en su práctica evidencia un “embrionario” proyecto de orden biopolítico[4], con el cual el Estado se ha reservado el derecho de la “suspensión de la legalidad” (Zavala 92) mientras éste sea favorecido[5]. Por lo contrario, se ha reservado la capacidad de reaccionar con una violencia “absoluta, ordenada y eficaz” (ídem); y esto regularmente ocurre cuando se ve presionado por los gobiernos de turno de los Estados Unidos.

A partir de la década del sesenta del siglo pasado, estas presiones desde Washington se hicieron con mayor ahínco. Entre los años 1975-76 las fuerzas federales ejecutaron la Operación Cóndor: la ofensiva militar[6] más contundente contra las comunidades sierreñas. Vastas milpas de enervantes fueron erradicadas junto con más de dos mil comunidades que fueron desplazadas. Varios corridos han hecho eco de esta intervención militar, aunque no todos registran sus efectos trágicos, también los hay en los cuales el Ejército es burlado. Así ocurre en el “Zancudo boludo”[7]:

“Llegó el zancudo boludo[8]/ pero se llevó sorpresa,/ bajaron los federales/ cargando sus metralletas/ pero no encontraron nada/ no más las casas escuetas// Va un burro muy bien cargado/ por el cañón de la Noria/ cien kilos a cada lado/ de la muy valiosa goma/ el dinero sepultado/ los soldados no lo hallaron.// Se va el zancudo boludo/ se va con mucha tristeza/ esa gente de la sierra/ tiene muy buena cabeza/ decía el capitán de turno/ ahí los veré en la otra vuelta”.

Compartiendo con Zavala lo que ha considerado la instauración de un modelo biopolítico del Estado, en la sujeción a las comunidades sierreñas entre las décadas de 1940 y 1970, detengámonos en la relación simbiótica que estableció esta sierra con Culiacán, la capital del Estado de Sinaloa. Al respecto, Fernández Velázquez señala que la ciudad de Culiacán para 1950 se había duplicado en población, primordialmente con una migración interna proveniente de la sierra[9]. Esta migración a la ciudad se encontró con el fuerte impulso que experimentaba Culiacánen la explotación agroindustrial de sus valles[10]. La infraestructura pública también experimentaba un fuerte impulso urbanizador; no obstante, esto no logró permear en la mentalidad ni en las costumbres de sus nuevos habitantes sierreños, quienes se resistían a desprenderse de sus raíces campiranas (Fernández Velázquez 35). Esto, a la postre, hizo de Culiacán una hibridez sociocultural que a la fecha la mantiene rodeada por los extensos sembradillos de la industria del tomate[11] y otras actividades agroindustriales.

En la economía ilícita, para la década de 1970 Culiacán también se había vuelto el centro de acopio nacional de enervantes[12], un punto “cero” antes de ser trasladada a la frontera norte. Para entonces, también muchos “gomeros” se habían instalado en la ciudad, principalmente en un barrio que fundaron para sí, Tierra Blanca. Muchos de ellos se habían vuelto ricos y también “ruidosos”, razón por la que la prensa sinaloense empezó a llamarlos “narcos”. Este nuevo término, para Ioan Grillo, supone un cambio de condición social importante, pues “de simples cultivadores de adormideras pasaron a ser contrabandistas internacionales” (83). Asimismo, si efectivamente la prensa y el Estado los designó con el término de “narcos”, por su parte, las viejas familias de Culiacán, viendo con desdén la invasión de estos “zafios sierreños”, optó por referirse a ellos como “buchones”, por visibilizar sus sombreros, guaraches y alhajas de oro.

Ciertamente el término “buchón”, aunque originalmente inquisitivo, es predominantemente un calificativo estético. Según señala Núñez González y Alvarado, su etimología también da cuenta de sus dimensiones sociales. Sobre el término “buchón”, los autores, sostienen que,

“[e]l origen del calificativo proviene de la sierra sinaloense; del hecho que los ‘sierreños’ bajaban a la ciudad y se diferenciaban de los citadinos por el aspecto ranchero y por su singular cuello o buche hinchado, pues el consumo de agua serrana con bajos niveles de yodo producía ese mal fisiológico llamado ‘bocio’; el que inflama el cuello, que aumenta la papada, que inflama el buchí, el buche, el buchón. Después, el tiempo y los sinaloenses ligaron al buchón con el narco, pues parte de ellos bajaban a comerciar las cosechas de drogas y a gastar los dólares de su compraventa” (102).

Entre tanto, vemos que el “gomero” y el “buchón” son términos que se implantan sobre el narcotraficante sierreño desde los discursos hegemónicos de la prensa y la sociedad civil. Quizás sea ésta la razón por la que nunca o casi nunca son usados en los corridos y solamente el tiempo se ha encargado de volcar el calificativo de estigma en emblema, representada en una serie de iconografías rancheras y campiranas. Por encima, el término “gomero” solo nos indica una condición social eminentemente sierreña, que parece haber sido abandonada cuando se instaló en la ciudad; por tanto, fueron los “gomeros” ricos y establecidos los que cargaron con el calificativo de “buchón”.

Este apelativo, si bien se enraizó desde los años sesenta, su significación tradicional en la actualidad podría llamarse un arcaísmo, sin embargo, el término aún existe integrado a una hibridez estética y cultural, pudiendo reconocerse que el buchón es el sujeto clave de la narcocultura sinaloense, es decir, el agente que imbrica a la industria musical con la moda y el narcotráfico.

De hecho, quizás el atractivo del buchón en su recepción popular esté ligado a la contraposición que hace del bandido tradicional. Si procuramos explicar esta diferencia, en principio, el buchón transgrede los antiguos códigos de la clandestinidad del bandido y, “a pesar de aumentar el riesgo de ser identificado por las autoridades y los grupos contrarios” (Ovalle 77), se muestra públicamente, siempre arrogante y rodeado de oro, alcohol, drogas y caprichos impredecibles. Estos excesos del buchón, como hace notar el académico José Manuel Valenzuela Arce, se van a justificar porque “es importante hacerlos visibles y conspicuos, pues ese es el camino que redime y que justifica los riesgos” (111).  La ansiedad del buchón es la que ha prevalecido y, en consecuencia, ha generado entre la población de Sinaloa “una especie de ‘normalización’ de un fenómeno que de relativamente marginal pasó a ser parte de la vida cotidiana, a permear la sociedad [sinaloense] y a imponerle, hasta cierto punto, sus reglas del juego” (Astorga 88). Por decirlo de otro modo, el buchón por cumplir sus caprichos será capaz de exponerse y será precisamente en ese acto de inmolación continua que acarreará consigo la violencia.

Ya hemos señalado que en los narcocorridos los protagonistas nunca son llamados “buchones”, sino nombrados con otros eufemismos tales como “señor”, “pez gordo”, “negociante”, entre otros. Así, aunque menos visibles que los narcocorridos fronterizos de la década de 1970, los corridos de la sierra y sus buchones ya establecidos en Culiacán, van ya a registrar venganzas por el control de la plaza. Así, por ejemplo, se identifica en el corrido “La mafia vuelve”[13], del compositor Indalecio Anaya:

“Vuelven los buitres mafiosos/ a su nido en Tierra Blanca/ cortando a dedos jariosos/ y a soplones en venganza/ en barrios de Culiacán se oye el rugir de metralla–Bandas de Pedro Avilés/ Salas, Quintana y el Gato/ cargan en jaque a la ley/ con secuestros y asaltos/ Manuel Salcido es el rey/ de todos los contrabandos/ por Culiacán, Sinaloa/ linda Perla del Humaya/ vuelven los carros del año/ con el rugir de metrallas/ la mafia vuelve de nuevo/ a mandar en Tierra Blanca”.

Si bien Astorga atribuye el contexto histórico de “La mafia vuelve” al sexenio del gobernador de Sinaloa, Toledo Corre (1981-1986)[14], por la trama y los personajes involucrados el corrido más bien parece corresponder a eventos ocurridos poco después de la Operación Cóndor (1975-1976), la cual, si creó el caos en la sierra, también provocó la estampida de los buchones de Culiacán. En “La mafia vuelve” parece que –luego de desaparecer la amenaza militar– los buchones pistoleros regresan a su emblemático terruño, Tierra Blanca, para saldar cuentas pendientes con “dedos” y “soplones” [15]. Los pistoleros, liderados por Manuel Salcido[16], hacen “un exterminio selectivo” (Astorga 113). En ese particular,  “La mafia vuelve” ya da cuentas de un organigrama de mando en Culiacán, así como de prácticas de gavilleros en favor de Pedro Avilés, o “León de la Sierra”, el cacique regional de enervantes de esa década, que fue asesinado en 1978[17].

Se sabe que la muerte de Avilés no fue del todo intrascendente, por el contrario, marcó el fin de una etapa sociocultural del narcotráfico para abrir una nueva. En principio, porque sus sucesores, sus mismos operadores como Miguel Ángel Félix Gallardo, Ernesto Fonseca Carrillo y Rafael Caro Quintero –todos sinaloenses–, tras la Operación Cóndor se reubicaron en Guadalajara, la segunda ciudad en importancia de México. Fue entonces que, bajo la coordinación de Félix Gallardo, se suspendió la práctica de comprar el enervante a los comunidades de la sierra, pero a su vez, para maximizar beneficios, Félix Gallardo y sus socios invirtieron en tecnología de irrigación para la gigantesca plantación que armaron en el desierto de Chihuahua[18] (Grillo 109). Este éxodo y giro a la agroindustrialización, culturalmente hizo que estos capos dejaran atrás la idea de que quienes dirigían el negocio en el noroeste mexicano eran miembros de una plutocracia regional, caricaturizada en el imaginario popular por sus botas y sombreros vaqueros[19].

En efecto, a finales de los años ochenta ya existe un nuevo panorama en el narcotráfico mexicano. Los capos sinaloenses entran al negocio de la cocaína como socios transportistas, tanto del colombiano Pablo Emilio Escobar como de sus rivales, los hermanos Rodríguez-Orejuela. Sin embargo, no pasó mucho para que los mexicanos se volvieran los mayores beneficiarios de esta sociedad. Esto debido a, primordialmente, dos razones: por un lado, el evidente privilegio geográfico de compartir México más de 3,200 kilómetros de línea fronteriza con Estados Unidos y, por otro, cuando entró en vigencia en 1994 el Tratado de Libre Comercio entre los países de Norteamérica, el Nafta, teniendo como resultado que las mercancías legales se cuadriplicaran por la frontera México-Estados Unidos (Grillo, 2011). Con estas ventajas, los clanes del narcotráfico sinaloense dominaron y revolucionaron la industria y la distribución del contrabando de drogas hacia los Estados Unidos. Su enriquecimiento fue exponencial y los más favorecidos de este periodo fueron los hermanos Arellano Félix, en Tijuana, y Amado Carrillo Fuentes o “El Señor de los Cielos”, en Ciudad Juárez.

Esta transición de la industria del narcotráfico marcó la pauta en el plano corridístico para el surgimiento de lo que se ha llamado la tercera generación de narcocorridistas[20], lo cual, si nos dejamos guiar por sus corridos perrones –como fueron etiquetados–, en ellos se resaltan los elogios para los nuevos capos fronterizos de Juárez y Tijuana. Por sus temáticas, estos corridos van a ser una abierta exaltación al hedonismo, al consumo, al poder y a los arreglos de los capos con los organismos policiales y militares. Aunque sus integrantes también son sinaloenses, la agrupación Los Tucanes de Tijuana ha sido uno de sus mejores exponentes con temas como “La piñata”, “Mis tres animales” o “La perra”.

Ahora bien, si efectivamente la tradición del buchón como arquetipo estético fue discontinuado y desterritorializado por los narcos sinaloenses, primero en Guadalajara y luego por los capos de Tijuana y Juárez, no hay que descuidar que la imagen del buchón no se perdió; de hecho, sus imaginarios se conservaron en su locus originario entre la sierra y Culiacán; en particular, su mitología siguió operando sobre los dueños de esa plaza, que para inicios del milenio estaba en control de los capos Joaquín “El Chapo” Guzmán e Ismael “El Mayo” Zambada, apoyados ambos, respectivamente, por las familias Beltrán Leyva y la familia Torres Félix.

Aunque la convivencia de estos capos de Sinaloa con sus homólogos fronterizos mantuvo una relativa cooperación con Juárez y una permanente pugna por “el pago de piso” con Tijuana, este panorama definitivamente cambió a inicios del siglo XXI, cuando “El Chapo” y “El Mayo”, al no contar con plazas fronterizas, se dispusieron de manera simultánea arrebatarle Tijuana y Juárez a sus viejos socios. Pero los capos de Culiacán también quisieron tomar la plaza fronteriza de Nuevo Laredo[21], plaza que históricamente ha pertenecido al Cártel del Golfo, pero que en 2004 estaba resguardada por la gavilla de Los Zetas, una emergente y sofisticada organización criminal constituida de desertores de las tropas especiales del ejército mexicano.

A finales del año 2004, ya eran evidentes las pugnas entre las gavillas fronterizas con los de Sinaloa. Y para el 2005, ya podemos notar una suspensión del corrido de la ostentación del narcotraficante por una nueva urgencia de narrar la escalada de violencia y los combates entre las gavillas del narcotráfico. Por ejemplo, el corrido “El bazucazo”, de El Tigrillo Palma, antes de que el gobierno entrara a combatir al crimen organizado, ya asoma como adelanto de una crónica épica:

“Todo empezó en Obregón/ una bazooka tronaba/ a la gente del gobierno/ decían la desarmaba/ eran varios pistoleros/ que no le temen a nada.///

Tenían en su poder/ armas muy sofisticadas/ traían calibre 50/ y también lanza granadas/ bazooka y cuerno de chivo/ venían en trocas blindadas. Y esto fue cierto pariente!///

Tomaron la 15 Sur/ con rumbo pa’ Sinaloa/ les pusieron un retén/ al entrar a Navojoa/ allí parecía el infierno/ pelearon casi una hora.///

Estaba la PFP/ judiciales del estado/ municipales y guachos/ pero no los respetaron/ entre esa lluvia de balas/ aquellos hombres pasaron. ///

Todavía los persiguieron/ pero algo más sucedió/ dicen que un boludo negro/ volando los levantó/ y entre los cerros cercanos/ se les desapareció”. Era un fantasma, era un fantasma! /// Dicen que es gente del M/ otros dicen que del Chapo/ se baja el cerro y no tocan/ pues son de muy alto rango / son de los más poderosos/ que tienen la voz de mando.

Con armamento letal suficiente para desafiar incluso a las fuerzas del gobierno, los personajes colectivos en “El bazucazo” no solo evidencian las rupturas entre cárteles, sino también anuncian la proliferación de las gavillas del narcotráfico por todo el norte del territorio mexicano.

Vale destacar que curiosamente estos corridos de la guerra progresivamente van a ir cerrando su focalización hasta ser articulada desde las voces enunciativas a dos capos: “El Chapo” y “El Mayo” –o “El M como lo llama “El bazucazo”–. En ese sentido, vale destacar aspectos sobre la sociedad entre “El Mayo” y “El Chapo” –una complicidad que duró más de dos décadas–, ambos procedentes de la sierra, y en ella aún permanecían construyendo desde allí sus emporios transnacionales. No obstante, en sus corridos van a ser marcadamente diferenciados: por un lado, “El Chapo” es un personaje pícaro que está continuamente burlando a las autoridades, especialmente después de su primera fuga del penal de Puente Grande en el 2001. “El Chapo” siempre es el prototipo del ranchero que en sus historias está continuamente en fuga y gastando su fortuna en placeres junto a un complejo equipo técnico que le asegura su huida[22]. Por su parte, en los corridos de “El Mayo”, aunque también es un personaje pícaro, su figura es principalmente la de un respetado cacique regional, que se moviliza primordialmente entre la sierra y el Salado en las inmediaciones de Culiacán. “El Mayo” tiene un protagonismo más reservado, pero a la vez más omnipresente, pues éste tiende a desplazarse en helicópteros (boludos) o en convoys a la vista de las autoridades, las cuales comúnmente suelen ser representadas temerosas de detenerlo cuando lo reconocen. Por tal, “El Chapo” está en continua fuga, en cambio a “El Mayo” se le procura no ser visibilizado, asumiendo que cuenta con una especial protección desde las oscuridades del poder legítimo.  Por encima de eso, en el 2008 tras la ruptura a lo interno de Sinaloa entre “El Mayo” y “El Chapo” con su socio Arturo Beltrán Leyva, la figura de “El Mayo” se torna mucho más visible, pero a la vez enigmática, puesto que, mientras “El Chapo” continuó huyendo de las autoridades, “El Mayo” por su parte asumió el rol de “autor intelectual” de las gavillas que protegen y controlan Culiacán. Esto lo sabemos porque en los corridos de gavillas que empezaron a narrar la guerra interna, es a él a quien van a rendir pleitesía.

En la base de lo anterior, procedamos entonces adentrarnos en los cambios que marcó este corrido épico a partir de “La guerra contra el narco”, emprendida por el presidente Felipe Calderón, quien, “continuando la línea de su antecesor, empleó al Ejército no ya como proveedor de mandos altos y medios para las corporaciones policiales, sino como fuerza operativa” (Ramírez-Pimienta 279). El desplazamiento de las fuerzas del ejército fue la base narrativa del corrido épico, con protagonistas que pasaron de “pistoleros” a transformarse en “soldados” en la primera línea de fuego. Para estas gavillas del narcotráfico, la insurgencia se convirtió en su principal misión y, si se hablaba tradicionalmente de combatir para defender el contrabando, ahora la lógica era mantener el contrabando para financiar los combates.

En el contexto de esta guerra es donde emerge la cuarta generación de narcocorridistas que asentará el corrido épico, en especial, su nucleó seminal fue el colectivo de músicos denominado Movimiento Alterado. Sus corridos épicos, etiquetado por sus productores como corridos enfermos y alterados, descontinuaron la línea de los anteriores y que, desprovistos de metáforas, apostaron por una radicalidad de la violencia. Particularmente, los corridos enfermos fueron los más explícitos con la “hiperviolencia” como principal característica estética (Ramírez-Pimienta 321). Lo que llamaba entonces la atención es que en estos corridos enfermos no eran los nombres de los cuatro grandes capos[23] que conformaban el Cártel de Sinaloa a los que se les glorificaba, sino que sus figuras centrales de la guerra eran sus lugartenientes. De acá es que resalta la figura de Manuel Torres Félix, quien podría decirse que hasta entonces había vivido a las sombras de su hermano, Javier Torres, el “JT, mano derecha de “El Mayo” a lo largo de la década de 1990. No obstante, es Manuel Torres Félix con quien se revitaliza la tradición del buchón campirano, es decir, del narcotraficante que permaneció en la sierra o en las inmediaciones de Culiacán, moviéndose de manera discreta y quien “rara vez venía a la ciudad” (Valdez, Río Doce), circulando primordialmente en las inmediaciones del Cosalá. Pero fue tras el arresto definitivo de su hermano en el año 2004 cuando inició un nuevo protagonismo en la organización de Sinaloa, el cual marcaría pautas importantes a los corridos, cuya naturaleza a continuación evaluaremos.

“El encargo”: Manuel Torres como vengador por desquite

Podría decirse que el corrido “El encargo”, compuesta por el músico y entonces adolescente Arley Pérez, fue uno de los primeros corridos que visualizaron la figura de Manuel Torres Félix como un héroe corridístico en la simbiosis de la sierra-Culiacán. Interpretada con una tonada simple con acordeón y tololoche (contrabajo) y desde una estructura corridística tradicional, “El encargo” enfatiza en la activación vengadora de Manuel Torres tras el asesinato de su hijo, Atanasio. Veamos esta estructura a partir de los primeros dos sextetos:

Cobro, ajusto y liquido las cuentas
de la empresa del M y la Z,
conocido como el M1
es una clave que se respeta,
mucho más se respeta el catorce,
eso grábenselo en la cabeza.

Es mi vicio la sangre enemiga,
la venganza se me hizo un placer,
habrá torturas, habrá un infierno,
soy sanguinario a más no poder,
me da risa mirarlos tirados
y la tierra queriendo morder.

Con un lenguaje cifrado y jerga propia del narcotráfico, el primer sexteto de manera bastante novedosa combina en tres pasos lo que se volverá una tradición en los corridos de la guerra: (1) el corridista, desde la voz enunciativa del protagonista narcotraficante, pide permiso o saluda a su superior; (2) el protagonista puede presentarse a sí mismo al inicio o al final; (3) para luego hacer un llamado a la audiencia a escuchar la historia. “El encargo”, en ese sentido, aúna al amplio repertorio de corridos que surgirán para narcotraficantes de rango intermedio, por esa razón es que suelen incorporar un “saludo” a sus mandos superiores, en especial para el capo al cual trabaja, de quien le viene “el respaldo”.

“El encargo” también ya se inscribe al cambio de perspectiva enunciativo tradicional de tercera persona a primera. Y aunque esto no significa un cambio general –puesto que los corridos en primera persona ya cuentan con precedentes en décadas anteriores–, sí se tenderá más conscientemente el corridista a omitir su voz como narrador objetivo. Este cambio de perspectiva evidencia el discurso propagandístico que construyen para sí los cárteles. De este modo, en el corrido de Pérez el protagonista, aludiendo a su oficio de “cobrar”, “ajustar” y “liquidar las cuentas”, cumple con saludar a su “patrón”,  “El Mayo” Zambada[24], a quien se codifica como “la empresa de la M y la Z”. Seguidamente, el protagonista se presenta reiterando su nombre con dos de sus claves, como “el M1” y como “El catorce” (el 14), que es la clave numérica con la que Manuel Torres era identificado en radiotransmisores entre las comunicaciones de los miembros del cártel[25].

En el segundo sexteto, aunque el protagonista dice: “la venganza se me hizo un placer”, éste aún no revela los motivos de su venganza, solo asegura que “habrá” más calamidades e incluso “un infierno” inagotable de sangre. El corrido no cuenta con fechas, pero la tensión temporal entre la forma pretérita y futura en el mismo reglón, transmite que los hechos eran relativamente frescos al momento que la historia fue compuesta con un sentido de urgencia. Luego, en el tercer sexteto, el protagonista nos presenta finalmente los motivos de su afrenta:

Suelo ser el Uno pa’ mi equipo,
El Cuatro fue un valiente, fue mijo
fue abatido por unos cobardes,
tenían miedo de llegar conmigo,
orgulloso me siento de mijo,
pues también les respondió Tachío.
Yo juré y me propuse vengarlo,
gracias a Dios, ya cumplí el encargo
yo sé que Tacho se encuentra alegre
me siento a gusto al no defraudarlo,
pues fue un valiente con agallas
de los que hoy en día nacen contados.

“El cuatro” (El 04) es el nombre en clave de Atanasio Torres o “Tachío”. Su asesinato ocurrió en abril del año 2008. Fue el primer asesinato perpetrado por el clan de los hermanos Beltrán Leyva como reacción tras la captura de su hermano Alfredo, “El Mochomo”. Para comprender el impacto que generó en Manuel Torres el asesinato de su hijo, retomemos que Arturo Beltrán Leyva, apodado “El Barbas”, hermano mayor del clan y hasta entonces jefe operativo del brazo armado de “El Chapo”, acusó a éste de haberlo traicionado informando la ubicación de su hermano, lo que provocó una ruptura inmediata con Sinaloa y volvió a Culiacán en un repentino campo de batalla[26] que rápidamente escaló hasta dejar centenares de asesinatos. Tras el asesinato de “Tachío”, su primogénito, Torres Félix recibió un “narco-mensaje” de parte de los pistoleros de “El Barbas”, su verdugo, en el cual decía: “De parte de su compadre y Z sobrinos[27]. Manuel Torres para que lo tengas presente”[28] (sic). Este hecho marcó un episodio emblemático en la naciente saga corridística[29] de Torres, pues, en reacción, tornó la guerra en un asunto personal, activando su bestialidad endriaga, con detalles de las torturas y asesinatos de sus víctimas, como lo narra en la siguiente sexteta:

Con un pie presionaba su pecho
con una mano le agarro el pelo
en la otra mano tenía un cuchillo
lo decapito, le corto el cuello
y junto de él le dejoo un mensaje
que para los niños, su respeto.

Como espejo de la guerra, la hiperviolencia en los corridos de Torres Félix en su guerra personal con Beltrán Leyva, confirman lo que, para Howard Campbell, estas escenas van a ser la construcción de una “violencia psicodélica” y calculada al máximo como impacto propagandístico (66). Al igual que en otros corridos, en “El encargo” “El Ondeado” fue registrado por la destreza con la que usaba su cuchillo y sus machetes para torturar y cercenar a sus víctimas, combinando la coerción “con la brutalidad excesiva, pero a la vez estilizada” [30] (ídem).

Entre estas venganzas, Arturo empezó a referirse en narcomantas a Manuel Torres como “El Ondeado” (un mexicanismo de “el loco”), un apodo que Manuel Torres no rechazó, sino más bien asumió y portó con honor[31]. Es de notar que los corridos no hacen de Manuel un ser calculador, sino todo lo contrario, descrito con su actitud psicótica en el que se decía “se le metió el demonio”, un dato que fue también observado desde el periodismo, pues de acuerdo con Javier Valdez[32]:

“Su rabia creció y se alimentó con el recuerdo del homicidio de su hijo como materia prima. Nada lo detuvo. […] Por toda la ciudad empezaron a aparecer cuerpos decapitados, mutilados, con mensajes alusivos al crimen de ‘Tachío’, como también se le conocía a Atanasio en los corridos. Ninguna muerte, ningún límite contuvo su sed de venganza […]; los cárteles estaban en guerra, pero Manuel Torres tenía la suya propia en nombre de la afrenta que había sufrido” (RíoDoce 14/10/2012).

La articulación de Manuel Torres, quien inició sus andanzas en la vida delictiva de la mano de Manuel Salcido, “El Cochiloco”, el afamado pistolero de “La mafia vuelve”, no parece contar con precedentes en la corridística mexicana, pues su figura se enraizó tanto en los avatares de la contemporaneidad como también abrevó de la tradición del bandidaje sinaloense. De acuerdo con Eric Hobsbawn, en su clásica obra Bandidos (1969), la violencia excesiva y la crueldad son fenómenos que solo coinciden con el bandolerismo en determinados puntos. Si bien el bandido comúnmente suele ser representado como “generoso”, no sucede en el caso del vengador, para quien “practicar el terror y la crueldad hasta el extremo no puede explicarse simplemente por la sola reincidencia, sino que el terror forma precisamente parte de su imagen pública” (77). Sobre esta base, proponemos que Manuel Torres Félix, antes de que sea abordado como sicario, su figura corridística debe ser reubicada en el arquetipo de la tradición popular mexicana del vengador por desquite[33], desde el cual estableció sus propias leyes de barbarie frente a la figura visible de su humillación.

Observemos que el título “El encargo”, entendido como favor en el corrido, adquiere el sentido de promesa de un padre a su hijo (“Yo juré y me propuse a vengarlo,/ gracias a Dios ya cumplí el encargo”). Pero más allá, con este corrido inaugural de la reacción vengativa de “El Ondeado”, se redimensiona de una violencia local como la propuesta en “La mafia vuelve” a un conflicto que de manera sistemática estaban representando solo el microcosmo de la realidad nacional.

En el último sexteto no se descuida la moraleja, con la que el protagonista nos presenta su óptica valorativa de sus actos:

Ya no maten a gente inocente
el que paga aquí es el que la debe
los terceros no tienen la culpa
hay que centrarnos en los deberes
los grandes siempre contra los grandes
ya me voy y me despido de ustedes.

Claramente el protagonista entiende que el conflicto está dejando víctimas entre la “gente inocente”, por lo que solicita regresar a los códigos de antaño, de limitar la guerra entre “los grandes” de las familias; es decir, propone que la guerra se libre personalmente entre las huestes de “El Barbas” y “El Ondeado”. El llamado parece pertinente, pero no solo llega tarde, sino que también es inconsistente, pues “Tachío”, teniendo El 04 por clave, claramente pertenece a la estructura del cártel y su muerte no fue un acto desalmado, sino que “también les respondió Tachío”. No obstante, una lectura paralela a esta moraleja puede corresponder a que en la muerte de Atanasio también resultó herida Alondra, la hija de cuatro años de “El Ondeado”, quien no murió, pero perdió un brazo, víctima de una bala calibre AK-47, o cuerno de chivo.

Si bien el mensaje aleccionador del corrido intenta apelar a un código de guerra, sabemos que el odio de venganza acumulado entre las familias ha hecho de Culiacán solo uno de los mosaicos de un conflicto que se ha tornado de envergadura nacional, donde no solo la venganza es el motivo de la guerra, sino que también se prioriza el control de las plazas fronterizas. En ese sentido, la “monstruosidad” psicótica y paranoica surgida en Manuel Torres continuará, pero en paralelo a “liquidar las cuentas pendientes” de “El Mayo” Zambada, quien ya no es solo su jefe, sino parte de la familia como consuegro[34].

Ante todo, “El encargo” fue la punta del iceberg para visibilizar la figura de Manuel Torres,  pues la muerte de su primogénito abrió una serie de corridos que van a continuar narrando los episodios más relevantes de su vida; en ese sentido, valoramos que el corpus de sus corridos sea visto más como una saga, tal como lo sostiene Douglas Gray, entendido como historias sobre uno o más miembros de una familia feudal, al que se le registran sus aventuras y, particularmente, esas que implican la proscripción y venganza del héroe (127). Es desde esta apreciación que también podemos identificar parangones con la épica corridística contemporánea con su épica tradicional mexicana, pues, ante todo, la naturaleza de la épica actual va a diferir con la de los conflictos nacionales precedentes: la Independencia, Las guerras de Reforma y la Revolución mexicana, en los cuales mostró un urgido espíritu nacional y patriótico. En cambio, la saga de Manuel Torres Félix parece más bien hacer parangones tanto de las gavillas decimonónicas como de las gestas medievales.

Como hemos abordado ya en el capítulo uno, habíamos dicho que el corrido mexicano no ha estado exclusivamente limitado a “nobles” sentimientos nacionalistas ni patrióticos, por el contrario, aún en sus etapas épicas nacionales se dio la participación permanente de gavillas mercenarias que “en algunas regiones eran ellas quienes dictaban las condiciones del comercio” (Vanderwood 42). Son evidentes los visos entre el fenómeno social que causan las gavillas del narcotráfico con el de las gavillas del siglo XIX. Quizás encuentre su mejor ejemplo en “Los Plateados” , banda que llegó a consistir en una partida de hasta mil hombres, haciendo negocios en las zonas donde operaban (53) y llegando incluso a controlar los Estados de Veracruz, Puebla y Guerrero.

No obstante, a estas sagas corridísticas actuales también podemos compararlas interculturalmente con un eslabón perdido, es decir, con el romance español y, particularmente, con la corrida andaluza, esa que ya había asimilado la gesta épica y el relato caballeresco. Sobre la base de un diseño cultural y fenomenológico, ya el académico Hermann Herlinghaus ha propuesto revalorar la herencia del narcocorrido tradicional desde un interés intertextual para observar calcos del narcocorrido, transmitida de los imaginarios de las baladas medievales.  En efecto, el corrido debe ser valorado desde las huellas de su tradición oral, desde donde se ha desarrollado permanentemente a las sombras del canon occidental y ajenos a los sellos epistémicos del cristianismo, el Renacimiento, la Ilustración, el ‘Progreso’ y el neoliberalismo.

Sobre la base de lo anterior, es pertinente traer a colación el histórico debate entre el folclorista mexicano Caledonio Serrano Martínez, quien en su obra El corrido mexicano no deriva del romance español (1963), en el cual refuta el origen del corrido mexicano con precedentes hispánicos como lo propuso Vicente T. Mendoza. De acuerdo con Serrano Martínez, la ideología social, el patriotismo y el sentimiento de nacionalidad que alientan al corrido mexicano no se da en el romance español, puesto que,

“…los nobles y señores feudales no luchaban por ideales de este tipo, sino por el honor personal del individuo. Luchaban por ellos mismos, es decir, para vengar el honor mancillado o para lavar la afrenta sufrida. Si no era por estas causas, lo hacían por conservar o acrecentar más su señorío. Los incentivos de sus luchas obedecían a intereses jerárquicos de linaje y de familia, o resentimientos personales, o bien se inspiraban en ciegos afanes de venganza” (28) [35].

Evidentemente, Serrano Martínez no conocería la fenomenología de los buchones, ni logró prever los dinamismos que experimentaría el corrido mexicano contemporáneo. Sin embargo, guardando las distancias, es posible ver tanto en las gavillas decimonónicas como en los señoríos medievales, parangones de imaginarios que se reproducen en la épica corridística de “La guerra con el narco”. Sus lógicas de poder político están basadas en los mismos sentimientos y una visión del mundo eminentemente clanesca. Y quizás la única diferencia es que ni los “botines” de las gavillas del siglo XIX, ni el valor de los vasallajes de los señores medievales, asemeja a la “acumulación originaria” (Astorga 82) que los campesinos sierreños en base al narcotráfico han desarrollado clandestinas corporaciones multinacionales.

“Sanguinarios del M1” y su necropolítica

Tras exponer una construcción local de Manuel Torres Félix como héroe corridístico en la figura de vengador por desquite, abordemos ahora cómo con su corrido “Sanguinarios del M1” pasó a transformarse a una figura comercial y transnacional que asentó su saga como sujeto endriago, es decir, asentó su protagonismo como emprendedor económico, emprendedor político y especialista de la violencia (Valencia 36). “Sanguinarios del M1” fue producido por la compañía disquera LA Disco Music, una subsidiaria de Twiins Music Group, propietaria de los gemelos Omar y Adolfo Valenzuela, los cuates Valenzuela: dos jóvenes productores musicales de origen sinaloense radicados en Los Ángeles, California, desde 1994. Los Valenzuela se caracterizaron por ser jóvenes inquietos, en el sentido musical de la palabra, y rápidamente también empezaron a conocer las técnicas de la producción. Ante todo, éstos supieron reconocer desde mediados de la década del 2000 una revolución narcocorridística que estaba ocurriendo en internet y circulando en las calles de Los Ángeles, en un nivel underground, es decir, en repertorios no tocados en la radio. A un tiempo bautizaron y comercializaron esta música con el nombre de Movimiento Alterado, un concepto empresarial que concentró aproximadamente a una docena de grupos y solistas (Ramírez Pimienta 306). “Sanguinarios del M1” fue la punta de lanza del movimiento con un videoclip lanzado en YouTube en el año 2010. El corrido contó con la participación de diez de los firmantes con Twiins Music Group y cada agrupación canta una de las cuartetas del corrido. Este “single” fue pensado por los hermanos Valenzuela, según sus propias palabras, como una especie de “We Are The World” del Movimiento Alterado[36]. En lo musical, “Sanguinarios del M1” aunó una serie de innovaciones a la tradición; por ejemplo, entre sus acordeonistas agilizaron el tempo “con un talento anteriormente asociado [solo] con los virtuosos del acordeón de la frontera mexicotejana” (Ramírez Pimienta 321). “Sanguinarios del M1” además se distinguió por la hibridación instrumental que hizo y produjo una “bandeña”, esto es, combinó la música norteña con la banda sinaloense. A pesar de la censura estatal a su difusión por la radio y la televisión, el videoclip de “Sanguinarios del M1”, presentado solo en la plataforma YouTube, marcó un hito en reproducción[37] para un corrido posteado en esa plataforma digital.

En sus aspectos formales, “Sanguinarios del M1” escapa a las fórmulas convencionales y opta por iniciar in media res, con un protagonista que tiene por misión reconquistar Culiacán en la guerra de Sinaloa contra los Beltrán-Leyva[38]:

Bukanas de Culiacán:
Con cuerno de chivo y bazuca en la nuca/ volando cabezas al que se atraviesa/ somos sanguinarios, locos, bien ondeados/ nos gusta matar.

El Komander:
Pa’ dar levantones, somos los mejores/ siempre en caravana, toda mi plebada/ bien empecherados, blindados y listos/ para ejecutar.

Los Buitres de Culiacán:
Con una llamada privada se activan/ los altos niveles, de los aceleres/ de torturaciones, balas y explosiones/ para controlar.

Los Buchones de Culiacán:
La gente se asusta y nunca se pregunta/ Si ven los comandos, cuando van pasando/ Todos enfierrados, bien encapuchados/ y bien camuflash

Los Primos:
Van endemoniados, muy bien comandados/ Listos y a la orden, pa’ hacer un desorden/ para hacer sufrir y morir a los contras/ hasta agonizar.

Luis Estrada:
Van y hacen pedazos, a gente a balazos/ ráfagas continuas, que no se terminan/ cuchillo afilado, cuerno atravesado/ para degollar.

Estas primeras seis cuartetas han tomado gran parte de la atención crítica sobre los corridos enfermos. Sobre su contenido, Ramírez Paredes ha hecho notar que en éstos se consolida “un marco axiológico bastante lejano a lo que pudiera llamarse ‘deseable’ en términos éticos” (183), pues construye su estética “a partir del ejercicio brutal del maltrato, la vejación y el abuso” (189). Efectivamente, no estamos acá ante un narcocorrido tradicional, no hay eufemismos ni metáforas; a su vez, resalta que, aunque se sobreentiende el contrabando como el telón de fondo, en primer plano se encuentra el relato del desarrollo de la guerra por el control del territorio. En ese núcleo, Manuel Torres, el protagonista como enunciador mayestático[39], ya no lamenta a su vástago asesinado, sino que junto a gavilla propia se enuncia en un “cántico de guerra”, el cual traspasa cualquiermarco axiológico para “magnificar y simbolizar a unos personajes y hechos bélicos como puntos referenciales para marcar su propia idea de verdad y validez ideológica” (Cortès y Esteve 11). La ambigüedad de esta enunciación como plural mayestático, curiosamente “difumina” al protagonista en una manada que va “siempre en caravana”. Esta forma de enunciación luego cambia a impersonal entre las cuartetas interpretadas por Los Buchones de Culiacán hasta la cuarteta de Luis Estrada. Entre estas cuartetas las prácticas de violencia guerrerista asoman efectivamente una forma de relación social que cosifica a su adversario, asumiendo la validez de la violencia en sí misma, en tanto valida el placer que genera al agresor (Ramírez Paredes 187). En ese sentido, “Sanguinarios del M1”, como las demás producciones del Movimiento Alterado, son producciones fetichizadas por el mercado de la industria musical, en el que la hiperviolencia de estas producciones también son, en buena medida, “la representación musical del cambio sufrido en las relaciones del Estado mexicano y los diferentes grupos del crimen organizado en la llamada guerra contra el narco” (Ramírez Pimienta 320).  Más arriba en este estudio ya hemos hecho notar los parangones de las gavillas del narcotráfico con las gavillas de bandidaje del siglo XIX. “Sanguinarios del M1”, además de presentarse como una gavilla, ésta desplaza su “propaganda bélica” y su “cultura de la violencia” (Ramírez Paredes 187) en formas de cooperación entre el crimen organizado y el Estado. Es el caso de las “caravanas” aludidas en la cuarteta del Komander, que junto a la “llamada privada” más abajo, genera en el relato un desplazamiento de los comandos frente a una población que, “cuando van pasando”, “se asusta” pero no “se preguntan”. Este escenario de intimidación y normalización social que reflejan los corridos sobre las “caravanas blindadas” ya no solo son parangones con las gavillas decimonónicas ni con las huestes feudales, sino manifestaciones modernas de la máquina de guerra, esa que, junto al Estado, ha permitido al poder imponer un estado de excepción –o los toques de queda– y avocar a las fuerzas que desdibuja al poder soberano, en un paradigma del acoplamiento entre el Estado y la narcomáquina, utilizando la violencia a modo de herramienta de necroempoderamiento y visibilizando la maquinaria sobre las poblaciones más fragilizadas.

A ese respecto, no descuidemos que “Sanguinarios del M1” fue producido un año después del abatimiento por parte de la Marina mexicana de Arturo Beltrán Leyva, “El Barbas”. El asesinato de “El Barbas”, archienemigo de “El Ondeado”, de acuerdo con el periodista Diego Enrique Osorno, produjo hitos en las formas de visibilizar la violencia generalizada en México. El más inmediato fue la “proliferación de máquinas de guerra por el territorio mexicano” (269), el cual devino en la fragmentación de su organización[40] delictiva tras su asesinato. Es decir, esto llevó a hacer más visible la circulación de grupos paramilitares y ejércitos regulares que operaban de manera rápida, brutal y confabulada a diferentes niveles de gobierno. De esta fragmentación, vale señalar que Guerreros Unidos puede que sea el grupo más conocido, puesto que han sido señalados por las autoridades federales de haber sido los responsables de la desaparición de 43 normalistas en el internacionalmente conocido caso de Ayotzinapa[41].

Figure 2. Manuel Torres Félix, “El Ondeado”, representa la figura tradicional del buchón. Tomado de un grupo de fans en Facebook creado tras su muerte.

Sobre la base de lo anterior, si efectivamente en “Sanguinarios del M1” encontramos apología, así como el despliegue de una narco-propaganda, no es menor que el corrido de muestras que, en su cultura de la violencia, también parecen articularse signos de un estado necropolítico en el que las máquinas de guerra tienen una relación compleja con el gobierno. El arresto de Genaro García Luna, el Secretario de Seguridad Nacional en el gobierno de Felipe Calderón, en los Estados Unidos a finales de 2019, parece contar con evidencias que lo incriminan en esa época por protección al Cártel de Sinaloa. Juego de espejos entre el crimen organizado y el gobierno federal, “Sanguinarios del M1” también muestra otros imaginarios populares o comerciales con el que pretenden legitimar “acciones de organizaciones irregulares, no ortodoxas y no estatales que a menudo no son explícitamente políticas” (Campbell 63); sin embargo, pueden llegar a evocarse, tal como sugiere la cuarteta de Noel Torres:

“Traen mente de varios revolucionarios/ como Pancho Villa, peleando en guerrilla/ limpiando el terreno, con bazuca y cuerno[42]/ que hacen retumbar”.

Al respecto, Ramírez-Pimienta ya ha observado en la tradición del narcocorrido los parangones de sicarios con héroes revolucionarios, y explica que el recurso les permite “abrevar de ese manto de ‘legitimidad’ corridística que ofrece el corrido de la Revolución” (ídem). En cierto sentido, en el imaginario popular la Revolución también resultó ser un conjunto de alianzas y traiciones entre los revolucionarios. Y de todos ellos, Pacho Villa resulta ser el ícono de mayor referencia, quizás porque ante todo representa un umbral entre el bandido que originalmente fue y “el Centauro del Norte” que abrazó la causa revolucionaria. Estos visos no solo surgen desde la enunciación de los (narco)corridos, sino también entre sus audiencias, tanto de las poblaciones locales como diasporádicas, para quienes el gobierno no solo infunde poca confianza, sino que es el responsable de que hayan tenido que trazar sus destinos, ya sea por vía del narcotráfico o huyendo de la violencia cruzándose “al otro lado”.

En definitiva, la representación corridística del M1 continúa con este corrido una de las más vertiginosas sagas para un lugarteniente de la mafia. Como hemos visto, su trayectoria pasa de un vengador por desquite a un sicario inmerso en una organización delictiva en guerra. En las últimas tres cuartetas[43] del corrido, Manuel Torres enuncia sin ambigüedad su nombre propio en primera persona y, respetando el protocolo, saluda a sus mandos superiores, “El Mayo” y “El Chapo”, además de proporcionar la identidad de sus lugartenientes pares: “El Macho Prieto” (Gonzalo Inzulza Inzulza)  y “El Virus Ántrax” (Rodrigo Arrechiga Gamboa), el triunvirato que va a componer el organigrama del estado mayor de “El Mayo” Zambada en su guerra emprendida por el control de Culiacán. Ciertamente “Los sanguinarios del M1” asentó a “El Ondeado” como uno de los personajes más populares de estos enfrentamientos; su figura fue en esa medida revisitando todas las categorías de la tradición, tanto del narcotraficante como del bandido del corrido del siglo XIX. Y esto se hizo más evidente no en vida, sino precisamente tras su muerte.

“El Ondeado” a la galería del Valiente

Los niveles de impunidad que protegían –o temían– a Manuel Torres Félix en su radio de influencia eran tales que, aún para el año 2011, ni siquiera aparecía en los archivos de la Procuraduría General de la República mexicana ni en los de la Procuraduría de Justicia Estatal. Por encima, si bien la saga corridística de “El Ondeado” ya era bien conocida a nivel transnacional, por el contrario, muchos periodistas evitaron publicar sobre él como medida de protección. pues, el sicario seguía operando para “El Mayo”, mientras circulaba en personaje como mercancía de la narcocultura. No obstante, en junio de ese año el Departamento del Tesoro de la administración Obama designó a Torres Félix como narcotraficante sujeto a la Ley Kingpin, una presión ejercida desde Washington sobre el gobierno mexicano que finalmente devino en su abatimiento el 13 de octubre del 2012.

Sobre la base de este hecho, a continuación proponemos dirimir el último episodio en la saga corridística de “El Ondeado”. En particular, evaluamos cómo a partir de su muerte en solitario contra las fuerzas del Ejército su saga tendió a una “rehumanización” del sicario. Esto propulsó calcos con el arquetipo del hombre valiente; es decir, ese que se define esencialmente por ser “un desobediente civil y por ejecutar su agenciamiento “en nombre y a favor de su comunidad” (Héua-Lambert 166).

Ante todo, quienes han evaluado las figuras del narcotraficante con la del bandido valiente han señalado tanto divergencias como semejanzas.  Respecto de las divergencias, la académica suiza Catherine Héua-Lambert señala que el narcotraficante celebrado en narcocorridos[44] en realidad lo que hace es ejercer “una fuerza simbólica, que radica en su capacidad de evocar, reactivar y manipular los imaginarios tradicionales del valiente” (171). La autora también desestima que el narcotraficante, como antihéroe celebrado,esté a la altura deperseguir la justicia social como objeto-valor central, pues éste no busca la autonomía ni la defensa de los derechos ancestrales de los pueblos que han defendido las causas de “tierra y libertad” frente a las exacciones y abusos del mal gobierno (169). En ese sentido, desde un canon que restrinja al valiente a su ideario proto-revolucionario decimonónico, es posible que ya no asocie al narcotraficante con el valiente, sin embargo, sí sucede desde otras posiciones, primordialmente al tomar en consideración la evolución diacrónica que el valiente ha tomado en el ámbito popular contemporáneo. Por ejemplo, el profesor de la Escuela de México, Aurelio González propone que:

“los narcotraficantes contemporáneos mexicanos también corresponden a una línea de personajes épicos que encuentran su similitud tanto en los bandidos decimonónicos como en los héroes revolucionarios. La tradición corridística los va a caracterizar de la misma manera; es decir, haciendo una caracterización literaria en una transmisión de códigos dentro de una comunidad de tradición oral. Lo que va a importar es poder reconocer a un héroe corridístico desde las fórmulas clásicas: presentación, hecho y despedida del personaje, independientemente de su contexto”. (Entrevista a Gonzales en canal YouTube, Colegio de México).

En esta misma sintonía, Jiménez Ayala agrega que: “La guerra contra el gobierno es una parte consustancial en los corridos de bandoleros y también en los narcocorridos [épicos]. Los narcotraficantes no necesitan ser revolucionarios para luchar en contra del gobierno. Pero en algo se igualan con respecto a los revolucionarios: sus actividades también son ilícitas, como lo fueron las de Heraclio Bernal, de Zapata o Villa, lo cual les permite tener presencia en la estructura de los corridos” (132). Por consiguiente, desde el registro de la memoria popular y comercial, los prototipos del valiente, el revolucionario o el narcotraficante comparten al gobierno como antagonista.

Antes de abordar algunas particularidades del sicario Manuel Torres, transfigurado en la figura del valiente, quizás deba contemplarse que en el ámbito popular no todos los narcotraficantes reciben el atributo de valiente; es más, no todos los narcotraficantes que mueran abatidos por las fuerzas del gobierno lo ostentan, sino que el signo parece estar reservado al narcotraficante o sicario que haya muerto en solitario, enfrentándose a las fuerzas del gobierno federal. En ese sentido, la decisión de Manuel Torres de resignarse a un “duelo laico” en solitario contra las fuerzas del gobierno, a nuestro juicio, es lo que efectivamente giró su saga desde el sicario vengador hacia la galería del valiente.

Proponer a “El Ondeado” en la configuración del valiente a partir de su muerte, en principio, podría ser ilustrado desde lo morfológico, al contrastar su muerte, por ejemplo, con la de Arturo Beltrán Leyva, a quien sus corridos posmortem no lo vanagloriaron de igual manera ni con la misma continuidad como sucedió con “El Ondeado”. “El Barbas”, por ejemplo, en la cúspide de su carrera, convertido ya en un “patrón” desterrado por “El Chapo” y “El Mayo”, fue abatido por la Marina mexicana en una de sus lujosas mansiones en Cuernavaca[45]; sin embargo, para asesinarlo la Marina tuvo primero que diezmar al círculo de seguridad que lo protegía. En cambio, “El Ondeado”, un buchón de la vieja escuela, narcotraficante intermedio y lugarteniente en la primera línea de la guerra, está más por una sed de venganza que por  “el negocio” del narcotráfico per se. “El Ondeado” llevaba meses huyendo a salto de mata por poblados aledaños a Culiacán, en su “duelo laico” y en solitario con fuerzas del Ejército que iba por su captura. Esto es esencial, puesto que marcó diferencias en la apreciación popular, habló del estoicismo de ambos personajes y rivales ante la muerte. Al respecto, el periodista Javier Valdez aseveró en una crónica postmortem a “El Ondeado”, que días antes “dicen los cercanos que pidió y ordenó: ‘Déjenme solo’. Que ya estaba cansado. Harto. Que sabía lo que venía y que había decidido enfrentarlo él y no quería a nadie más”[46]. Con esto, cabría preguntarse ¿por qué cesaron los corridos a “El Barbas” tras su muerte, en cambio, proliferaron los de “El Ondeado”[47]?

Si bien, un episodio en la morfología del valiente es pasar a la inmortalidad tras su muerte, luego que es conservado de manera cuasi-religiosa en la memoria popular de su comunidad, solo basta una mirada a la figura de Manuel Torres Félix en el Regional mexicano, donde, a casi una década de su muerte, sigue siendo un personaje potable para sus artistas. Todos los años aparecen nuevos corridos a “Manuel” en las emisiones radiales de Estados Unidos y en YouTube. A lo largo de estos años, muchos de sus corridos alcanzaron el éxito comercial, e incluso en 2016 “Recordando a Manuel” fue nominado a la categoría de “Corrido del año” en los Premios de la Radio, el mayor reconocimiento del género promovido por La Qué Buena de Los Ángeles.

Un aspecto fundamental sobre la muerte del valiente y del narcotraficante es que ambos catalizan su muerte desde la traición. La fórmula de la traición sugiere que el valiente será vendido ya bien por una “mujer” o por el “compadre” del personaje. Por ejemplo, en el caso de Heraclio Bernal éste “muere a traición al ser entregado por su propio compadre, don Crispín García” (Héau-Lambert 168); y en el caso de Jesús Malverde, por su compadre Baldemar López, quien, teniendo a Malverde ya herido de bala, a petición de éste aquel lo entregó a las autoridades para que López cobrara la recompensa y la repartiera entre el pueblo. En cambio, es peculiar que en el caso de Manuel Torres, de acuerdo con Javier Valdez, luego de entrevistar a sus familiares, afirmó: “Mucho o poco se habla de la traición de “El Mayo” Zambada, lo cierto es que todos se niegan a hablar de este hecho, sin embargo la familia Torres afirma y reafirma como un hecho la traición y la necesidad de “El Mayo” de entregar a uno de sus subalternos; el gobierno lo pidió y “El Mayo” puso y dispuso a Manuel Torres Félix, “El Ondeado” . Lo aseverado a Valdez fue luego reafirmado por su familia con una narcomanta que mandó colgar de un puente en Culiacán. No obstante, vale la observación que desde los corridos al M1, ninguno habla de la traición de su compadre “El Mayo”. Al respecto, consideramos que la carencia de esta información en los corridos pueda deberse a un acto de autocensura, ya que siendo “El Mayo” un patrón aún activo y en superior jerarquía –que los compadres de Bernal y Malverde– , es probable que, por protección, el corridista se abstenga a insinuar ese dato. Podría entonces observarse que la traición al M1 consiste también en un meta-texto que se encuentra inscrito en el periodismo, pero la autocensura ha privado esa trayectoria en el plano de su corridística.

Siempre valorando los calcos de “El Ondeado” con el valiente, desde otro orden de ideas consideremos que la primera generación de buchones ya se había desprendido de sus “estrategias de clandestinidad” a partir de 1970. La arrogancia del buchón, sin pretenderlo, ya había asimilado el rasgo particular del valiente, de ser una “figura singular con nombre y apellido, públicamente conocida y reconocida” (Héua-Lambert 169). Pero este rasgo de transgresión en “El Ondeado” alcanzó una nueva dimensión de visibilidad y diseminación entre las audiencias transnacionales del Regional Mexicano. Al menos, en la era de las redes sociales “El Ondeado” fue uno de los primeros casos que destacaron como personajes que se enunciaron en primera persona mientras seguían agenciándose en el plano histórico. Tal vez por eso haya llamado la atención del fotoperiodista Shaul Schwarz, quien usó “Sanguinarios del M1” como el soundtrack del tráiler de su película documental Narcocultura (2013)[48].

Ahora bien, la muerte del “M1” resultó en un acontecimiento del que querían conocerse detalles en el ámbito popular, especialmente porque los comunicados oficiales no fueron del todo claros e, incluso, se contradecían entre entidades. El secretismo que envolvió la operación llevó a las autoridades a temer que el cadáver fuera secuestrado de la morgue por su gente, como había sucedido con otros narcotraficantes en años recientes, tal fue el caso de Hediberto Lazcano, líder de Los Zetas. Por tal sus corridos, a modo de chismes y rumores, se encargaron de regar la noticia y, a su paso, ejercer de contrapeso a los medios y a los discursos oficiales y legitimados. Intentando una reconstrucción para los imaginarios colectivos, la saga del “M1” sugirió datos nunca confirmados oficialmente u omitidos deliberadamente por la prensa, por ejemplo, el registrar bajas entre los elementos del Ejército[49] que fueron tras la caza de Manuel. En “Descanso M1” Arley Pérez expresa:

“Ya no habrá batalla/ menos la prisión/ nueve nueve siete llevaba en la cuenta,/
ay, completé los mil antes de perderla/ pero eso no publican en la prensa”.
Por su parte, Geovani Cabrera en “Brazo armado caído”, enfatiza que fueron 11 las bajas entre los elementos del Ejército:

“Las balas no respetaban los rangos/ un teniente cayó herido/ también algunos cabos// Cuentan lo que les conviene/ y el sabio nunca discute / prensa te dejo el informe:/ El Catorce tumbó a once, todos de uniforme/ y ahí están las cruces”.

Así mismo, otro dato sin confirmar, pero que se refuerza en los corridos fue la participación de miembros de la DEA acompañando al Ejército mexicano. Estos elementos a nivel discursivo, curiosamente, ya no son articulados por “El Ondeado” en primera persona, sino que sus corridistas han tendido a retomar la tercera persona objetiva, esa que en voz del trovador “es propia de la literatura épica” (Héau-Lambert 170). Así lo registra la crónica popular[50] del compositor Mario “El Cachorro” Delgado:

“Octubre, trece, del doce, poblado Oso Viejo, fuiste el escenario/ de aquel combate suicida, masacre abusiva, de uno contra varios./ Más de veintiocho soldados, fuertemente armados contra un mercenario,/ que les peleó hasta la muerte, de frente valiente que no nacen diario.// –Vallase tío pa’ la casa ya no está su raza, y ahí vienen los guachos[51]–/ –Y esta vez no vienen solos vienen codo a codo con los del gabacho–/ –No se preocupen, sobrinos, agarren camino y al rato los guacho– / pero antes que se despidan tráigame comida, plebes, no sean gachos.// Balas desde la azotea le tiró la DEA y Manuel contestaba/con una Super[52] pa´ el cielo y con otra a los perros del suelo atacaba/ las dos tronaban a un tiempo, más de cuatrocientos tiros disparaba/ pero se le acabó el parque, y boludosy tanques, allí lo remataban”.

Agregando sobre la crónica popular al “M1”, su saga corridística va a surgir abrevando de diversas fuentes informativas. En efecto, desde el vox populi algunos corridos surgieron como “retraducción oral de lo visible” (Astorga 37), es decir, por lo ya publicado en los medios. Sin embargo, los corridos más afamados a “El Ondeado” surgieron del privilegio informativo que se le cedió al compositor en corridos por encargo, como sucedió con “La muerte de Manuelón”[53] y el galardonado corrido “Recordando a Manuel”, que le valió a Jesús Chairez acreditarse el “Corrido del Año 2016”. Sobre este corrido, Chairez afirma entre anécdotas durante el programa Pepe´s Office, que efectivamente “recibió una llamada de Culiacán” en la que le encargaron el corrido, aportándole nuevos datos sobre Torres Félix, puesto que “los medios solo publicaron ciertas cosas”, remarcó.

Sumado a esta construcción de “El Ondeado” en los imaginarios del valiente, podemos sintetizar que la última etapa de su saga va también a destacar por un manejo del lenguaje que abandonó notoriamente la violencia gráfica del “monstruo” sanguinario y psicópata, y, en sustitución, “rehumanizó” a “El Ondeado” haciendo con éste un arco narrativo de su biografía mitificada desde sus orígenes campiranos. De este modo, “El Ondeado” fue redibujado tanto en los locus del “gomero” como en los del “buchón”. Además, se le reubicó al “M1” desde sus orígenes comunitarios con la sierra, desde Los Llanos del Refugio, su lugar de origen y el locus idílico en el que compartía sus gustos por los caballos y la vida campirana junto a su hermano Javier Torres. También su identidad se tornó a la metáfora zoológica tradicional, siendo llamado “gallo giro” [54] y reubicándolo en su relación con la milpa, tal como lo sugiere “Dicen de Manuel”, de Geovani Cabrera:

“Dicen que no era de guerra/ que se la vivía en el rancho,/ contemplando las estrellas/ respirando aire de campo.// Disfrutaba de la cena/ cuando su tierra labraba,/ los frijoles en la mesa/ esos nunca hicieron falta. // Lo llamaron para un cargo/ porque lo necesitaban,/ y con los guaraches cruzados/ se terció un rifle a la espalda”.

Resta decir que no debemos obviar que esta reconfiguración de la imagen del “M1” en la del valiente se hizo reubicándolo en los mismos orígenes geográficos y sociales de Bernal, Malverde y Villa, a quienes emparenta las vicisitudes de la sierra; no obstante, es el “M1”, quien como miembro comunitario de la sierra, puede dar cuenta de la evolución de las relaciones del Estado con estas poblaciones, a lo que se les ha insertado en un “modelo de convivencia” diseñado por el Estado mismo para el desarrollado de una economía ilegal del cultivo de enervantes a partir de la última mitad del siglo XX. En ese sentido, habría que tomar en consideración no solo las dinámicas regionales de la sierra, sino también repensar los cambios sociales que “re-mapearon” los imaginarios populares y las prácticas socioculturales en toda América Latina a partir de la década de 1970 y 1980. Que al decir de Martin-Barquero:

“Los procesos políticos y sociales de esos años  –regímenes autoritarios en casi toda América del Sur, cercadas luchas de liberación en Centroamérica, emigraciones inmensas de hombres de la política, el arte y la investigación social– van destruyendo viajes, seguridades y abriendo nuevas brechas que nos enfrentan a la verdad cultural de estos países: al mestizaje que no es sólo aquel hecho racial del que vinimos, sino la trama hoy de la modernidad y de sus discontinuidades culturales, de formaciones sociales y estructuras del sentimiento, de memorias e imaginarios que revuelven lo indígena con lo rural, lo rural con lo urbano, lo folclórico con lo popular y lo popular con lo masivo”. (10)

A modo de colofón[55], hemos querido demostrar a lo largo de este capítulo cómo este modelo de producción biopolítico, desarrollado en los años cuarenta del siglo pasado, el Estado promovió el desarrollo del narcotráfico y disciplinó sus prácticas, los que han sido registrados en la narcocultura y los corridos de narcotraficantes de la sierra, desde el protagonismo de la figura del gomero que transita a buchón. Es decir, al campesino que se desterritorializa parcialmente de la sierra para instalarse en la ciudad de Culiacán, tomando por modelos algunos visos que se calcan con los héroes corridísticos sinaloenses del siglo XIX. Por lo demás, una zona donde las dinámicas regionales crean intercepciones discursivas y flexibilizan sus modalidades éticas y morales a partir de una narco-economía, que les permite la subsistencia y el agenciamiento como sujetos de consumo. Región donde además se produce un proceso de hibridación de saberes y de regímenes de verdad, que pasaron de estandarizar los modelos de violencia selectivos a establecer modelos necropolíticos en la gestión de cuerpos y reservarse la potestad misma de decidir quién debe vivir y quién debe morir, desde un manto oculto y paralelo, donde la razón neoliberal “ciertamente ha producido sus monstruos” (Ramírez Pimienta 331). De lo anterior, Manuel Torres Félix, “ElOndeado”, es una de sus evidencias más concretas una heroicidad distópica en la violencia social mexicana. A pesar de ello, la producción cultural y discursiva alrededor de Manuel Torres como modelo épico fundacional basado en la vejación y la barbarie, lejos de rechazarse, sigue mostrando ser potable en la industria del Regional Mexicano.

***


[1] Desde el Milagro mexicano en la década del cincuenta del siglo XX, se perfiló lo que Fernández Velázquez ha llamado “los dos rostros de Sinaloa”: uno, el dominado por el litoral del Pacífico, favorecido por extensos valles a los que se le impulsó el desarrollo agroindustrial. Y en contraste, la sierra, con una población dispersa entre las mesetas que careció de los servicios públicos más elementales como electricidad, agua potable, instituciones de salud y educativas (27).

[2] Luis Astorga ha señalado que, a través del periodista sinaloense Antonio Hass, se ha difundido por muchas décadas una versión, incluso en ámbitos académicos, de que la siembra industrial de la amapola se inició en la sierra sinaloense bajo el beneplácito de los gobiernos México-EE. UU., en los gobiernos de Ávila Camacho y de Franklin Roosevelt, respectivamente; el objetivo fue producir morfina para las tropas de EE. UU. durante la Segunda Guerra Mundial; no obstante, Astorga rectifica que a este respecto no existe evidencia oficial que confirme este acuerdo (63).

[3]  De acuerdo con Valdés-Castellano, el Estado desarrolló un modelo de convivencia con los narcotraficantes que pagaban por la protección estatal, sin descartar que algunos de ellos se convirtieran en políticos. Es decir, era un modelo de beneficios que satisfacía las necesidades de ambas partes: los políticos necesitaban dinero para fortalecer su dominio y garantizar la estabilidad política, mientras que los criminales requerían protección e impunidad para operar sin problemas y crecer sin obstáculos (86).  

[4] Estado mexicano (del PRI) crea un modelo de convivencia que beneficiaba a ambas vías: políticos y policías que organizan sus empresas de narcotráfico y los narcotraficantes pagan la protección estatal (sin descartar que algún narcotraficante pueda también volverse en político) (Valdés Castellanos 87).

[5] Citado por Zavala, de acuerdo con el periodista Ed Vulliamy, la Operación Cóndor de la década de 1970 es la génesis de la actual “guerra contra las drogas”. El hecho también asentó las bases para que proliferaran los cárteles mexicanos modernos, a los cuales el Estado les estableció las reglas del juego con la que el narcotráfico operaría en todo el país, apoyados por el Ejército y la policía federal (99).

[6] La Operación Cóndor fue financiada por Estados Unidos a través de la recién creada agencia federal de Administración para el Control de Drogas (DEA por sus siglas en inglés).

[7] Interpretado por Los Incomparables de Tijuana.

[8] El término boludo en corridos refiere a los helicópteros del ejército federal; única vía para hacer las incursiones militares en la sierra.

[9] En la década de 1940 la población de Culiacán era de 22,025 pobladores; ya hacia 1950 prácticamente se había duplicado con 48,936 habitantes; esta cifra, para 1960 llegó a 85,024 habitantes (Fernández Velázquez 32).

[10] A partir de 1940 México experimentó uno de los periodos de crecimiento económico y demográfico más sostenidos en el siglo XX, llamado “Milagro Mexicano”. Fue un esquema de sustitución de importaciones y de exportación de productos primarios. El proceso insertó a la economía regional en el mercado mundial (Fernández Velázquez 29).

[11] En la actualidad, el tomate es el producto de mayor desarrollo agroindustrial en los valles de Culiacán.

[12] Para inicios del siglo XXI será el centro de acopio de la cocaína del mundo, de acuerdo con periodistas como Anabel Hernández, según su más reciente libro El Traidor (2019).

[13] Interpretado originalmente por Los Nativos de Hidalgo.

[14] Astorga argumenta que en historia de “La mafia vuelve” “no se sabe si los pistoleros huyeron de la cárcel o ya terminaron de purgar sus sentencias”. 

[15] En “La mafia vuelve” se constata la genealogía de una violencia gráfica codificada; por ejemplo, cortar “dedos”, implica una referencia literal que hace el ajustador de cuentas con su víctima, esto significaba según su juicio que la víctima era un informante (Campbell 66).

[16] Manuel Salcido, apodado “El Cochiloco” y quien estaba al servicio de Avilés, ha quedado en la historia como uno de los primeros jefes de sicarios de los clanes del narcotráfico. Logró vivir lo suficiente para ver las transformaciones de los clanes del narcotráfico en “cárteles” al entrar en el tráfico de cocaína en contubernio con los cárteles colombianos. El corrido ya constata su organización en cuadrillas paramilitares, que, como es sabido, también están al amparo y protección de los mandos policiales.

[17] El corrido “Clave 7”, de Paulino Vargas, registra el asesinato de Avilés por parte de sus mismos lugartenientes en contubernio con agentes del gobierno: 

“Le mandaron dos agentes, que le pidieran dinero,/ veinte millones de pesos, era el precio de su cuero/ Pero como era camuco (engaño), lo tomaron prisionero/ junto con dos compañeros, además dos señoritas/. Los llevaron a la Y griega, era la última cita./ Ahí los acribillaron, junto con las jovencitas/ desde ese día inolvidable, no rola tanto dinero, / y unos agentes traidores, ahora estrenan carro nuevo, / y un hombre en Guadalajara, no duerme de puro miedo”.

[18] El “R-Uno” de Los Tigres del Norte:

“Se oyó la voz de R-Uno, un domingo en la mañana/ cuando le dijo a su gente, vamos a pizcar manzana/Ahí les dejo un anticipo, y nos vemos en Chihuahua/ en la prensa publicaron, por fuente de una embajada/ En un rancho del desierto, allá en Búfalo Chihuahua/ había diez mil toneladas, de la famosa manzana”.

[19] Osorno, “Jefe de Jefes”. Diario El País. 13/04/2019 https://elpais.com/internacional/2019/04/08/actualidad/1554731940_431184.html

[20] De acuerdo con el académico Valenzuela Arce, podemos ubicar a la primera generación de narcocorridistas en la primera mitad del siglo XX con corridos de contrabando de tequila, de morfina y mariguana; sus repertorios no fueron totalmente en música norteña. Una segunda generación de narcocorridistas –pasando de la admonición a la celebración– se hizo visible a partir de la década de los años sesenta, acompañando el resurgimiento de la producción y trasiego de opio y marihuana. Esta producción de corridos encontró en Los Tigres del Norte a sus más afamados intérpretes con temas como “Contrabando y traición” (1972), de Ángel González,  o “La banda del carro rojo”, de Paulino Vargas.

[21] Para el periodista británico Ioan Grillo, es significativa la guerra que se desató desde el año 2004 entre el cártel de Sinaloa y Los Zetas por el control de Nuevo Laredo, pues, siendo una ciudad fronteriza con un poco más de 300 mil habitantes, en ella pasaban al año mercancías de circulación legal por valor de 90 mil millones de dólares: era más del doble de los 43 mil millones que circulaban por la creciente Ciudad Juárez y cuatro veces los 22 mil millones que cruzaban por Tijuana (154-156). Asimismo, para Grillo este conflicto, atendido inicialmente por el presidente Vicente Fox, fue realmente la antesala a la violencia social que desató “la guerra contra el narco” tres años después, pues, al poco, la guerra en Nuevo Laredo confirmó que la policía local trabajaba para Los Zetas, mientras que funcionarios nacionales trabajaban para distintas fracciones del Cártel de Sinaloa (169-170).

[22] Este paradigma de picardía lo podemos encontrar por ejemplo en el corrido “El Chaparrito”, de Los Alegres del Barranco. En éste se narra el estilo de vida de “El Chapo” luego que se escapara por segunda ocasión de la cárcel de Almoloya en 2015:

“Muy de noche y en una avioneta lo vieron llegar/ cinco hombres estaban esperando al Chapito Guzmán/ ¡Buenas noches, chavalones!/ cómo les ha ido, qué hay de novedad. // Muy tranquilo pidió una cerveza para estar relajado/ un ejército en alrededores lo estaban cuidando/ “El 20”, gente del Cholo, de ese operativo, era el encargado// Mi súper del once otra vez, ya me volví a juntar/ hay gente que no duerme, creían que no iba a regresar/ todo lo he encontrado en orden, muchas gracias Cholo/ Y también Iván.// Ahora sí que el gobierno de espalda, se fueron para atrás/ hay algo que yo tengo que ustedes nunca lo tendrán/ me refiero a mi cerebro y cómo hacer las cosas para trabajar// Tengo muchos amigos a quienes les debo favores/ el dinero mueve al mundo, pero hay cosas más mejores/ una amistad puede mucho, hasta abrirte la tierra, eso es cierto señores/ Con permiso mi gente, ahora sí me paso a retirar/ Hay trabajo y ajustes, muchas cosas voy a linear/ Me dicen El Chaparrito y otros me conocen por Chapo Guzmán”.

[23] Junto a “El Mayo” y “El Chapo” se ha documentado que el cártel de Sinaloa en esta etapa estaba conformado por Juan José Esparragoza, alias “El Azul”, y Dámaso López Núñez, alias “El Licenciado”.

[24] Únicamente “El Mayo” Zambada endosa el éxito de ser el eterno pícaro fugitivo y sabio narcotraficante en negociar por más de medio siglo con los gobiernos de turno. Entre los capos de la historia mexicana, sólo él puede atribuirse la factura de un corrido que retrate su longevo poder de influencia en la política mexicana. Compuesto hace una década, así lo sostiene el corrido “El Padrino”, de Hijos de Barrón:

“Cada seis años hay elecciones

México es un país de valores,

lo conozco frontera a frontera,

para expresidentes ya no hay elecciones

con seis años y no aprovecharon,

yo llevo cuarenta en el puesto, señores.”

[25] Casi todos los personajes en los corridos épicos de esta época van a contar con una identidad numérica, casi todos respondiendo a la clave en la que se les identifica por los radiotransmisores. “El Chapo” será la excepción, pues a éste lo codifican como el 701, por ser el número en el ranking de los hombres más ricos del mundo, según la revista Forbes.

[26] Para el periodista Ioan Grillo, la guerra entre Sinaloa y los Beltrán Leyva fue el detonante de una guerra interna

“que sería más terrorífica que [la guerra de] Nuevo Laredo, porque tanto “El Barbas” como “El Chapo” se conocían mutuamente: ambos habían crecido juntos en las montañas de Badiraguato, juntos habían pasado droga de contrabando durante años y juntos habían hecho la guerra contra Los Zetas; por tanto, mientras hubo cooperación, ambos habían atesorado información crucial sobre el otro: sabían dónde estaban las casas de seguridad, a qué policías tenían en nómina, [y] qué compañías de lavado de dinero eran suyas […]. Esto explicó la facilidad y rapidez con que los dos bandos se atacaron y contraatacaron de manera tan sangrienta. En perspectiva, esta guerra y las demás que seguían librándose en el país, dejaron claro que la guerra contra la droga del presidente Calderón no decreció el flujo de estupefacientes hacia el norte; por el contrario, los clanes pudieron seguir trabajando y operando a pleno rendimiento mientras libraban guerras entre sí y contra el Gobierno” (221).

[27] La Z en la narcomanta constata ya la alianza establecida entre los Beltrán-Leyva con el cártel de Los Zetas.

[28] “Historia del Ondeado (Manuel Torres Félix)”, El Blog del Narco. 10/07/2008 http://elblogdelnarco.blogspot.com/2008/07/la-historia-de- Grillo el-ondeado-manuel-torres.html

[29] Arley Pérez también compuso “La venganza del M1”, pero el episodio también fue registrado por varias agrupaciones del Movimiento Alterado, así como por Geovani Cabrera, Enigma Norteño, Mario “El Cachorro” Delgado o Jesús Chairez, Gerardo Ortíz o Virlan García, por nombrar solo algunos.

[30] Pettigrew, Joyce. “The Indian state, its Sikh citizens, and Terror,” pp. 89-116 in Andrew Strathern, Pamela

Stewart, and Neil Whitehead (eds.), Terror and Violence: Imagination and the Unimaginable, 2006.

[31] El compositor Jesús Chairez en “Recordando a Manuel” alude a la razón del apodo del Ondeado:

“Fue un hombre de campo así era él/ Le mataron su retoño/ y se le metió el demonio./ Ese día de la muerte del Cuatro marcó al viejo y cambió todo/ Por Ondeado sus mismos contrarios/ le pusieron ese apodo”.

[32] Javier Valdez fue periodista y director del semanario Río Doce, con sede en Culiacán. Fue especialista en narcotráfico y fue el único que escribió una crónica postmortem a Manuel Torres Félix, que titutó “El Ondeado: a salto de mata”. Trágicamente, Valdez fue asesinado en el año 2017 en Culiacán. Su muerte se dio presuntamente por células armadas de Dámaso López Serrano, apodado “El MinLic”, en la escalada de violencia y pugnas internas desatadas en el cártel de Sinaloa tras la tercera y última captura de “El Chapo” Guzmán en 2016.

[33] Como jefes de Manuel Torres, ni “El Chapo” ni “El Mayo” han sido retratados en corridos con la crueldad de su lugarteniente; por el contrario, ellos son narcotraficantes con el atributo del “bandido generoso”.

[34] En el año 2006, en medio de los enfrentamientos y los ánimos electorales, Manuel Torres y “El Mayo” Zambada pasaron a ser consuegros al contraer nupcias un hijo de “El Mayo”, Serafín Zambada. con Yameli Torres, hija de Manuel (Valdez, Mileno.com).

[35] Retomando a Serrano Martínez, quien ejemplifica la historia medieval de la península ibérica regida por esta lógica de poder político, la cual parece corresponderse a la saga corridística contemporánea: 

Por intereses jerárquicos de linaje y de familia, traicionaron al Rey Rodrigo los hijos y los hermanos de Vitiza al ser invadida España por los árabes; por estos mismos intereses lucharon entre sí los hermanos Sancho, Alfonso y García, reyes de Castilla, de León y de Galicia, respectivamente; así como afrentaron a las hijas de El Cid los Infantes de Carrión. También por resentimientos de tipo personal, desterró a El Cid el Rey Alfonso; acto que orilló a El Campeador a internarse en tierra de moros y que lo indujo a combatirlos hasta reconquistar la ciudad de Valencia (28-29). 

[36] Miserachi, Raquel. “La historia de los narcocorridos, el Twiins Music Group y el movimiento alterado” Univisión. https://www.univision.com/musica/uforia-music-showcase/la-historia-de-los-narcocorridos-el-twiins-music-group-y-el-movimiento-alterado

[37] En el videoclip de “Sanguinarios del M1” no hay imágenes de Manuel Torres Félix, solo sonidos de disparos y la estética del buchón en las coreografías de los artistas.

[38] En el corrido, ya solo es preconcebido teniendo conocimiento de quién es el personaje y cuál ha sido el origen de su saga, ya reseñado en “El Encargo”.

[39] En la lengua hablada, el plural mayestático consiste en referirse a uno mismo. El uso, difundido extensamente en la Antigua Roma, ha perdurado primordialmente en la tradición Papal; o también como expresión formal entre mandatarios o funcionarios públicos, y, de manera más informal, como en declaraciones a medios de parte de miembros de equipos deportivos.

[40] Dos años antes de su muerte, Arturo Beltrán se había convertido en el capo más rápido en ascender y quien se había independizado del Cártel de Sinaloa. Se dice que tuvo una gran capacidad para crear alianzas con otros cárteles –aún con esos que había sido sus enemigos como Los Zetas– , esto le permitió el control de muchos territorios, rutas y plazas. No obstante, por este motivo, tras su muerte, su organización se fragmentó en al menos siete grupos criminales.

[41] Durante la presidencia de Enrique Peña Nieto, 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa en el Estado de Guerrero fueron desaparecidos a la fuerza el 26 de septiembre de 2014 cuando se encontraban protestando contra las autoridades. En la desaparición participó la policía municipal que, según la versión del gobierno de entonces, entregó a los estudiantes al grupo criminal Guerreros Unidos, un cártel surgido de la fragmentación del cártel Beltrán Leyva y que se fusionó con el cártel de La Familia Michoacana. (BBC Mundo, “Ayotzinapa: qué pasó con el caso de los 43 estudiantes desaparecidos” https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-49820325)

[42] Los “cuernos de chivo” o “cuernos” son los fusiles AK-47.

[43]El RM:

El Macho adelante, con el comandante/ Pa’ acabar con lacras, todo el virus Ántrax/ Equipo violento, trabajo sangriento/ Pa’ traumatizar.

Los Nuevos Elegantes:

Soy el número 1, de clave M1/ Respaldado por el Mayo y por el Chapo/ La JT siempre, presente y pendiente/ Pa’ su apoyo dar.

Oscar García:

Seguiré creciendo, hay más gente cayendo/ por algo soy el Ondeado respetado/ Manuel Torres Félix mi nombre y saludos/ para Culiacán.

[Como hueso con el Movimiento Alterado/ Puro Twins.]

[44] Vale la aclaración, Héua-Lambert propone esta diferenciación basándose en el prototipo del narcotraficante de finales del siglo XX.

[45] Interpretado por Los cadetes de Linares, el corrido “Ya me cambiaron de apodo”, retrata a “El Barbas”, convertido en un Jefe de jefes:

“Ahora sí vengo con todo/ no me van a detener// y si no aceptan ni modo / me los tengo que meter/ me cambiaron el apodo/ y lo voy a agradecer// me dicen Jefe de jefes / eso ya lo demostré/ esa plaza de caletas también se las puse a arder/ yo respetaba al gobierno/ ya cambió de parecer / el comandante Magaña al comando de Los Zetas/ pedía refuerzos al Tuti/ para proteger la fiera/ los dos perdieron la vida/ con honor se les recuerda// primo Joaquín, compa Mayo/ que antes jalaban conmigo/ ahora me llaman culpable de los males que han tenido/ me han achacado sus muertes sabiendo que no es mi estilo / soy el jefe y no estoy solo/ tampoco me vivo ondeado/ tengo las mejores armas/ además carros blindados/ cuento con un buen cerebro/ lo que a otros les ha faltado// Ya me voy ya me despido/ de la gente que me aprecia/ oigan bien lo que les digo los que roban y secuestran / vayan cambiando de oficio/ o les corto la cabeza”.

[46] Crónica del periodista Javier Valdés, que fue replicada por varios medios como “La muerte de Manuel Torres Félix ‘El Ondeado’ o “El M1 y la traición del Mayo Zambada”.

[47] Por los corridos que siguen surgiendo en torno a Manuel Torres y las anécdotas que suelen dar de ellos sus compositores en el programa Pepe’s Office, estos corridos son primordialmente hechos por encargo de la familia, que sigue de ese modo rindiéndole culto a su memoria.

]

[48] El filme Schwarz fue presentado en el senado mexicano en 2015, para que sus miembros tuviesen un acercamiento al fenómeno social que proyectaba el corrido del Movimiento Alterado y sus corridos enfermos.

[49] “Última orden”, de Buchones de Culiacán:

“No siento haber fracasado, también revente uniformes/ y si quieren ocultarlo los hechos hablan señores/ si el pájaro cayó a tierra, los tumbé con mis cañones// Jaque mate fin del juego, y las piezas se movieron/ con mi sonrisa en la cara/ nunca les demostré miedo/ yo fui Manuel Torres Félix, siempre aguerrido por cierto”.

[50] La crónica popular comparte con el periodismo de dar cuenta de un evento con la fórmula de las 5W: Qué (What), Cuándo (When), Dónde (Where), Quién (Who), Cuál (Which).  

[51] Observemos que los últimos términos de los versos de esta cuarteta son mexicanismos rurales: “Guacho” (policías, ejército, autoridades represivas); “gabacho” (Estados Unidos, acá por deducción: la DEA); “guacho”, verbos de “mirar”, “ver” (como préstamo anglosajón derivado de: “to watch”); “gacho”, significa “no ser malo”, pero expresado de forma afectiva como en el caso del corrido.

[52] El revólver Super Colt 1911, una de las escuadras más apreciadas por los narcotraficantes.

[53] El corrido por encargo tiene mucha vigencia en la actualidad. Algunos corridistas han hecho público el valor de su servicio; por ejemplo, Geovani Cabrera o Mario “El Cachorro” Delgado puede cobrar hasta 20 mil dólares por un corrido. No hay que descuidar que existe también una modalidad indirecta, es decir, en la que un compositor escribe por interés propio la historia de un personaje y luego de adquirir fama pública, el personaje envía “una dádiva” al compositor. 

[54]  “El M1”, de Los Canelos de Durango

Depende cuál sea la prisa/ depende cual sea el motivo/ nomás le pican la cresta/ salta como gallo giro

y el espolón trae navaja/ pa´ rajar al enemigo.

[55] Efectivamente, en esta industria que articula la memoria popular, “los narcocorridos –señala Ramírez Pimienta– son muchas cosas, entre ellas apología, pero también siguen siendo una crónica; que en el futuro podrá reconstruirse a través de ellos la memoria histórica de esta guerra y las verdaderas “lealtades” entre el gobierno y el narcotráfico” (329).