De topones a la peda: los corridos de patrullaje y la desaparición de la épica


Martin Mulligan, Ph.D – University of Missouri-Columbia

Ponencia presentada en el VI Congreso Internacional sobre Violencias, auspiciado por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Culiacán, Sinaloa — Octubre de 2025.

Como docente de español en una preparatoria de comunidad mexicana en Estados Unidos, los corridos han sido, para mí, además de repertorios culturales, un instrumento pedagógico. Durante años, me han servido para enseñar estructuras narrativas y usos verbales del pasado. Corridos como El Karma, La muerte de Manuelón o muchos corridos alterados ofrecían fórmulas narrativas reconocibles, lo cuales me permitían explicar con claridad el uso del pretérito e imperfecto en una narración coherente.

Sin embargo, eso se ha vuelto cada vez más difícil. Los llamados corridos tumbados rompen esas lógicas. Las estructuras tradicionales colapsan, y con ellas se desvanecen las 5W de toda crónica. Lo que emerge no es una historia, sino una atmósfera. El corrido se retira del relato y entra en el gesto, en el estado emocional. Lo narrativo cede ante lo afectivo. No hay épica ni ascenso trágico; hay poses. Ya no hay patrón a quien saludar, sino una morra con la cual mostrarse. Ya no importa el evento: importa la estética del instante.

Esta mutación no es menor. En esta ponencia propongo que el corrido ha transitado, especialmente en el último quinquenio, desde una forma de vigilancia narrativa —los corridos de patrullaje— hacia una forma de validación emocional: la peda en el antro. Este giro no es exclusivamente temático. Implica, sobre todo, una transformación en el modo de enunciación: del pasado al presente continuo, de la acción al performance, de la narración del mundo a la exaltación de una existencia sin horizonte.

El punto de inflexión más visible lo ha marcado la guerra interna entre Los Mayos y Los Chapitos en 2024, un conflicto que está reconfigurando los ejes de poder dentro del narco sinaloense. No obstante, el desplazamiento del corrido ya estaba en marcha desde antes. Las canciones hablaban menos de enfrentamientos y más de rondas en Rubicón, de noches en antros, de botellas Lady Gaga, de jets, de morras y de Tusi. El personaje no estaba en conflicto: estaba en control. Patrullaba, pero sin destino.


Conviene subrayar aquí un punto que no siempre se hace explícito, aunque resulta clave para entender el auge del corrido tumbado: el momento más álgido del género —ese que le dio realce y visibilidad global a la música regional mexicana— ocurrió a partir de un corpus de corridos que fueron casi exclusivamente dedicados a la facción de Los Chapitos (Siempre pendiente, AMG, PRC, El Azul, La CH y la Pizza). Esa asociación simbólica y musical no es menor, ya que otorgó al género un impulso sin precedentes, al tiempo que configuró un nuevo tipo de narrativa estética ligada al poder.

Este fenómeno puede leerse a través del concepto de presentismo, desarrollado por José Manuel Valenzuela Arce en su trabajo sobre los corridos tumbados. Según él, “el aquí y ahora domina la lógica de vida de muchos jóvenes, lo que refleja un vacío de proyecto futuro”. Lo que emerge es un presentismo intenso, que opera como vaciamiento del sentido del porvenir. Se asume, como escribe el mismo autor, “que el futuro ya fue o que más vale una hora de rey que una vida de buey”. Esta lógica de la inmediatez —donde vivir al límite importa más que proyectar a largo plazo— se refleja con claridad en los corridos tumbados. No narran porque no hay historia que construir. No hay épica porque no hay futuro. Solo queda habitar la intensidad del momento.

Ahora bien, un giro poco explorado en estos corridos es la posición afectiva del protagonista. Ya no es el hombre que posee o controla a la mujer, sino el que acepta ser amante: el sancho. Esta figura liminal —entre el sujeto de consumo y el malandro— no promete amor ni exige exclusividad: ofrece experiencias intensas, fugaces, visibles. La morra, autónoma, administra su capital simbólico y elige desde el placer y la estrategia. Lo íntimo se convierte en espectáculo emocional. El vínculo ya no busca durar, sino exhibirse. El sancho no manda, aparece; no domina, performa. Esta inversión de roles no elimina la violencia simbólica, pero desordena la masculinidad narco: no hay conquista, hay presencia. No hay historia de amor, hay escena viral.

Este nuevo universo simbólico está habitado por una figura central: el sujeto endriago. Formulado por Sayak Valencia, este concepto refiere a un actor nacido de la precariedad estructural del capitalismo gore: violento, autónomo, desvinculado del Estado y movilizado por la acumulación, el goce y la supervivencia. No responde a códigos morales tradicionales ni a mandatos institucionales. Habita una lógica propia, marcada por el exceso, la resiliencia estética y la necesidad de afirmación constante.

En los corridos contemporáneos, los protagonistas ya no son sicarios con estructura ni jefes con historia. Son figuras intermedias, sin nombre ni redención, que habitan una zona gris, performando rutinas de ostentación sin horizonte. No se canta una historia: se encarna una atmósfera. Su mundo no está en guerra: solo patrulla. No busca venganza, solo presume: presume poder.

El sujeto endriago se manifiesta con nitidez en la secuencia de discos que marcan el rumbo del corrido tumbado. Todo inicia con “Morritas” de Natanael Cano (2022), donde se abandona la épica en favor de la ostentación afectiva. Continúa con “Lady Gaga” de Peso Pluma en su ópera prima (2023), donde el malandro se disuelve entre antros, marcas y vínculos fugaces. Luego, los álbumes Distorsión de Oscar Maydon y The GB de Gabino Ballesteros profundizan esta estética performática, donde, de nuevo, ya no hay relato, hay atmósfera emocional.

El giro más simbólico ocurre con el álbum Incómodo de Tito Doble P, en agosto de 2024, publicado entre el secuestro del Mayo Zambada y el estallido de la guerra. El disco evita toda mención al conflicto; lo importante es sostener una imagen: control, lujo, rutina sin amenaza. Esta evasión se afirmó en Mi Vida y Mi Muerte de Netón Vega (a inicios de 2025). Sin embargo, en este álbum, el corrido abandona Sinaloa como geografía del crimen y se reubica en Jalisco como mapa de estatus. La violencia desaparece; en su lugar, se impone la validación emocional.

El clímax llega con 111xpantia de Fuerza Regida, lanzado el verano pasado. El disco, híbrido por definición, muestra cómo el corrido tumbado ya no solo se disfraza de balada, sino que la contamina desde dentro: el sentimentalismo romántico es atravesado por códigos narcos, lenguaje corporal y consumo ostentoso. En Tu Sancho, se condensa esta inversión: el protagonista no exige exclusividad ni dominio, se presenta como amante visible, una figura afectiva secundaria pero deseante. No hay relato, hay situación; no hay épica, hay exhibición. Con ese gesto, el corrido abandona toda voluntad narrativa para instalarse en el presente absoluto de lo afectivo-consumible, donde la intensidad reemplaza al conflicto y la escena sustituye al destino.

La corporeidad del sujeto también cambia. Ya no es el cuerpo armado/ajuereado del sicario, sino el cuerpo ornamentado: tatuajes, cadenas, diamantes, autos de lujo, cirugías, ropa de diseñador. Es el cuerpo como superficie de expresión, como capital visual. En él se funden el exceso performativo y la vulnerabilidad estetizada. Ya no es un cuerpo sacrificial, sino autopromocional: diseñado para ser visto, no para ser entregado.

Y no solo el personaje masculino se transforma. El neoliberalismo también produce una versión femenina del sujeto endriago: la buchona como empresaria afectiva. No es musa ni víctima. No depende del narco: lo administra. Performa el exceso, sabe cuánto vale su cuerpo y opera en el mercado simbólico global de las emociones. Se convierte en figura estratégica, mediadora entre capital, visibilidad y poder.

Este desplazamiento no es solo emocional o temático: también es técnico. El corrido se disfraza de balada romántica para infiltrarse en radios, playlists y algoritmos. Lo trágico se sustituye por lo repetible. Se gana visibilidad, pero se pierde complejidad narrativa. El corrido ya no quiere contar: quiere mostrarse, difundirse, viralizarse.

Y sin embargo, hay algo más. El silencio de los corridos frente a la guerra más reciente no es solo una decisión estética: es síntoma. El conflicto entre Mayos y Chapitos está siendo uno de los más cruentos en la historia reciente del narco, pero no ha generado una narrativa. No por falta de interés, sino porque ya no hay condiciones. Como plantea Juan Carlos Ramírez-Pimienta, cuando la violencia es demasiado cruda, el corrido calla. A eso se suma un clima de censura diplomática, económica y legal. Las visas de artistas se cancelan. Las plataformas penalizan. Las disqueras filtran. Frente a ese riesgo, el corrido se repliega en lo íntimo, en lo emocional, en lo glamoroso. No desaparece: muta.

Lo que presenciamos, entonces, no es el final del corrido, sino una transformación osada. Como escriben Deleuze y Guattari: “Un devenir no es imitación ni identificación, sino una zona de vecindad.” El corrido tumbado no imita la balada: la contamina. No abandona su origen narco: lo reconvierte. Nos encontramos ante un rizoma sonoro, un entre-género que no se define por estructura, sino por intensidad emocional.

Hoy, el corrido es la interfaz entre consumo, afectividad y espectáculo. La morra baila, el sancho canta, el antro arde… y el corrido —mudo en lo bélico— con polvo rosa, solo seduce y se empeda. Gracias.


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