De la Chapiza al Mayito Flaco: Grupo Feroz y el nuevo corrido sinaloense

Por Martin Mulligan

Grupo Feroz no pertenece al movimiento tumbado. Su música norteña clásica narra la guerra interna en Sinaloa, rompiendo con la hegemonía narrativa que durante una década sostuvo la Chapiza. Sus corridos documentan la ofensiva del Mayito Flaco, convirtiéndose en los primeros cronistas autorizados y persistentes en cantar su mito en un Culiacán donde, por fin, ya se le puede nombrar.

Que no los confundan. Grupo Feroz no es parte del movimiento tumbado. No hay requintos en sus grabaciones, no hay coqueteos con el pop de Fuerza Regida, ni guiños con la estética trap que marcaron Natanael Cano, Peso Pluma o Luis R. Conríquez. No. Grupo Feroz pertenece a otra genealogía: la del norteño clásico de Culiacán, el del acordeón, bajo sexto, batería y, por ahí, la tuba (Y algunas veces sus versiones pasan a banda). Es música que nunca ha dejado de sonar desde las privadas de La Laguna Colorada hasta la colonia Las Huertas en Culiacán.

El error de los medios —por ejemplo El País en su edición México— es pensar que todo lo que ocurre ahora con los corridos es una consecuencia directa de la fiebre tumbada. Falso. En principio, no se debe pensar el corrido desde Madrid. Como aclaración necesaria, el corrido norteño ya tenía una audiencia consolidada y millonaria mucho antes de Peso Pluma o Natanael Cano. Desde Culiacán hasta Los Ángeles, desde Phoenix hasta Houston, desde Tijuana hasta Chicago, la música norteña y su derivado más crudo, el narcocorrido, han mantenido un público fiel, masivo, leal y transnacional. El boom digital del norteño —a través de YouTube primero, luego Spotify— se dio de manera paralela y se consolidó entre los tianguis de la migración y la diáspora mexicana en Estados Unidos en las últimas tres décadas.

Antes del tumbado, ya había corridos progresivos, ya había Movimiento Alterado. Entre 2008 y 2015, agrupaciones como Los Buitres de Culiacán, Enigma Norteño, Gerardo Ortiz y El Komander sentaron las bases de lo que se llamó entonces “corridos alterados”, “corridos enfermos”, “corridos progresivos”. El Movimiento Alterado fue, en su momento, el sonido de la guerra contra el narco bajo Calderón: violencia hiperbólica, armas, sicarios, sangre, lugartenientes y camionetas blindadas como emblemas de un poder paramilitar emergente.

Luego, sí, apareció el tumbado. Sus primeras señales surgieron hacia 2019, pero su ascenso masivo puede fecharse en 2022, cuando los nombres de Natanael Cano y Peso Pluma florecieron de la mano, bajo la experimentación de una fusión ya asociada al corrido, trap y reguetón. El tumbado cambió el mercado, no el ADN del narcocorrido. Su estética apuntó más al consumo urbano, a Spotify, a TikTok, a las colaboraciones con artistas afro-americanos, afro-caribeños en charts y playlists. Esto hizo del corrido algo cool para las audiencias jóvenes globales. Pero lo que narra Grupo Feroz está en otro plano: no es tendencia, es territorio y es actualidad.

Grupo Feroz es reciente. Adquirieron visibilidad a finales de 2023, a inicios de 2024. Son generación Z, sí, pero su sonido es el del norteño clásico, su estética la del Culiacán de siempre: el de las banquetas polvosas y los lujos discretos del narco de antaño. En sus letras no hay espacio para el fashionismo del tumbado ni para las metáforas urbanas. Hay nombres, fechas, apodos. Hay facciones. Hay lealtades.

¿Qué los diferencia? Su repertorio está anclado al presente inmediato y brutal: la guerra intestina del Cártel de Sinaloa. Aquí conviene precisar: los corridos tumbados fueron, casi en exclusiva, dedicados a la Chapiza, a los hijos de Joaquín Guzmán Loera, quienes durante una década monopolizaron la narrativa sobre Culiacán. Ese dominio cultural acompañó su hegemonía territorial. Se cantaba a Iván, a Ovidio, al Nini y a su séquito. El tumbado fue, en su apogeo, el soundtrack informal de ese poder consolidado desde del año 2018.

Grupo Feroz rompe con eso. Sus corridos narran el nuevo capítulo: la lenta reconquista de Culiacán por las huestes del Mayito Flaco. Es el sonido de una ofensiva, el regreso de una facción que había sido silenciada en la narrativa popular. Donde el tumbado consolidó el mito de los hijos del Chapo, Grupo Feroz empieza a construir el relato de quienes vuelven por la plaza, por el nombre, por la historia.

Hoy cantar es elegir bando. Grupo Feroz eligió, y eligió al Mayito Flaco. En ese sentido, sus corridos tienen la autorización que nunca antes se había otorgado a ningún grupo para cantarle al heredero de los Zambada. Por eso ahora se le canta: porque ahora lo necesita, porque ahora lo permite. Porque en la lógica del poder, sin corrido no hay relato, no hay mito, no hay visibilidad. En esa ecuación, Grupo Feroz se ha convertido en algo más que músicos: son los cronistas oficiosos de una facción que busca recuperar su sitio en la historia del narcotráfico sinaloense.

Grupo Feroz no está inventando nada. Hace lo que siempre ha hecho el corrido: narrar lo que no sale en las noticias, poner nombres donde otros prefieren silencio. Pero lo hace en un tiempo en que esa narración es más peligrosa que nunca. Sus canciones son parte de una venganza cantada, de una operación simbólica para reconfigurar el mapa del poder en Sinaloa tras la caída simbólica del Mayo Zambada y el ascenso –quizás– del Mayito Flaco como nueva figura narrativa, como personaje al fin autorizado para entrar al cancionero norteño.

Mientras los medios siguen entretenidos con los tumbados y sus flirtations globales, Grupo Feroz está escribiendo la crónica de un Culiacán que sigue funcionando bajo sus propias reglas. Ahí no importa la viralidad: importa la autorización. El titular de El País lo entendió mal: no es que no reten a nadie con sus letras. Sí lo hacen. Retan a la narrativa anterior. Porque hoy, en Sinaloa, hay permiso para cantarle al Mayito Flaco. Y esa autorización es lo que hace relvante a Grupo Feroz: son los intelectuales orgánicos del Mayito Flaco, los primeros claramente autorizados para cantar su mito.

Atentos a Feroz. Ellos son ahora la voz de quien calló demasiado tiempo, de ese, que osan llamar el Menos Visto. 


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