La Mocuana y Lucio Vázquez: entre la leyenda y el corrido, los consejos de la madre y la tragedia del desobediente

Por Martin Mulligan

“Volaron los Pavo Reales, rumbo a la Sierra Mojada, mataron a Lucio Vázquez, por una mujer que amaba”. Así comienza uno de los corridos más emblemáticos de la sierra coahuilense, donde la tragedia no se canta como excepción, sino como destino. En otro punto del mapa —La Segovia nicaragüense— ronda otra figura: La Mocuana, espectro femenino que castiga al hombre borracho, al desobediente. Ambos relatos, aunque distantes en geografía, se encuentran en un mismo río subterráneo: el de la oralidad, la advertencia, el desacato.

La Mocuana es una leyenda. Lucio Vázquez es un corrido. Pero en ambos se conjugan dos fuerzas: el erotismo trágico y la traición. En la leyenda, el abuso se castiga con el espanto; en el corrido, con la violación al consejo. La madre, como figura mítica y normativa, susurra en los bordes del relato: no vayas, no confíes de las falsas amistades, no bebas, “cuidate de una traición”, como le decía a Lucio su madre. Y aún así, como en los cuentos medievales de Caperucita o Hansel y Gretel, el niño o el joven desobedecen. Se internan en la selva, en la sierra, y encuentran no la redención, sino la condena.

Esta diseminación cantada de una fama, como diría Ramírez-Pimienta, no busca la verdad histórica, sino la médula moral. El corrido y la leyenda no cuentan lo que ocurrió, sino lo que debe recordarse. De ahí que La Mocuana y Lucio Vázquez sean, cada uno a su manera, pedagogías populares. La primera enseña que el deseo sin medida es mortal. El segundo, que la violación al consejo materno genera su propio juicio. Ambos coinciden en el que desobedecer abre la puerta al infierno o la tragedia.

Pero hay más. Estos relatos se inscriben en una geografía espiritual que no se define por el Estado-nación, sino por la tortilla, el maíz, la lengua anscestral. La tradición oral que ha fundido sus relatos en una ética del consejo: el del abuelo, el de la madre, el del pueblo. Y frente a un Estado fallido —que celebra y condena al mismo tiempo a los gatilleros y los borrachos—, estos relatos ofrecen otra forma de memoria.

Lucio Vázquez muere traicionado. La Mocuana aparece entre sombras. Pero ambos son custodios de una advertencia ancestral: no hay impunidad sin consecuencia, ni deseo sin deuda. La leyenda y el corrido, como dos espejos oscuros, siguen cantando lo que el Estado ha olvidado: la historia también es una advertencia.

PD: Si bien el corrido de Lucio Vazquez lo popularizó Antonio Aguilar, personalmente prefiero la versión de La Arrolladora Banda El Limón.


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