Seamos claros: Luis R. Conríquez no está dejando de cantar corridos en sus conciertos por obedecer una orden directa de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum. Su decisión fue más estratégica que política. Se trata de una respuesta al clima de alerta que generó lo ocurrido con Los Alegres del Barranco: artistas sancionados, vigilados y señalados por interpretar canciones explicitas, claramente apologéticas a los señores de la maña. En este nuevo contexto, no es el gobierno mexicano quien impone la censura: es el peso del consulado estadounidense en México, el verdadero panóptico que todo lo escucha.
Conríquez, como otros artistas del regional mexicano, comprende que su carrera no puede sobrevivir sin el acceso al público de Estados Unidos, el mercado más rentable, donde se celebran giras, jaripeos, festivales y donde se concentra una buena parte del streaming que los posiciona a nivel global.
Los Tucanes de Tijuana, por ejemplo, con un amplio repertorio de temas bailables y románticos, han optado por navegar estas aguas turbulentas desde lo más seguro de su catálogo. No se trata solo de evitar multas o castigos simbólicos: está en juego el visado, la entrada a un país donde reside buena parte de su base de fans.
Junior H fue aún más claro: en su reciente presentación en el escenario principal de Coachella, no interpretó ni un solo corrido. Fue un movimiento calculado, aunque coherente con su apuesta artística dentro del Sad Sierreño, una rama emocional y melancólica del regional que no glorifica a ningún capo.
Ahora, esa misma encrucijada le toca enfrentarla a Netón Vega, una de las nuevas promesas del género. Con el ascenso vertiginoso de sus corridos, Netón se encuentra en el momento clave donde debe decidir qué tipo de artista quiere ser: ¿un cronista del narco por encargo o un músico que cruza la frontera sin comprometer su carrera internacional? La amenaza de cancelación de su próxima gira por Estados Unidos lo obliga a elegir con urgencia. Sus próximos pasos serán tan determinantes como sus canciones.
El contexto ha cambiado. No se trata solo de la violencia que sigue asolando México, sino de un nuevo marco de sanciones, listas negras y vigilancia internacional. Los corridos por encargo —los que mencionan personajes del Cártel de Sinaloa o del CJNG, los que hablan en clave de pastillas, botones azules y ruedas— ya no son vistos como parte de una estética popular, sino como instrumentos de apología o propaganda a los cárteles del narcotráfico mexicano: nuevos en la lista como organizaciones terroristas que amenazan la seguridad estadounidense.

En este escenario, todos parecen estar recalibrando su brújula. Todos menos Natanael Cano. El pionero de los corridos tumbados sigue actuando como si nada hubiese cambiado. Canta Cuerno Azulado —una exaltación explícita del Chapo Guzmán y su descendencia— y Presidente, donde alude directamente a la cúpula del CJNG. No hay cautela, no hay relexión, no hay ajuste. Cano, en su propia mitología, sigue siendo un Ícaro moderno: desoyendo todas las advertencias, acercándose al sol con alas de cera, confiando en que su vuelo lo hará eterno.
Pero Ícaro cayó. Y lo hizo no por maldad, sino por exceso de confianza, por soberbia juvenil, por no comprender que toda gloria implica un límite. Cano todavía no ha recibido un castigo, pero las señales están ahí. Las alas ya crujen, el calor arrecia, el contexto se estrecha. Y mientras otros artistas ajustan el rumbo para seguir en la industria, Ícaro Cano sigue subiendo y tercia al hombro su “cuerno azulado”, como si el sol no pudiera quemarlo.
La pregunta no es si el corrido será censurado, sino quién sobrevivirá al nuevo ciclo de vigilancia. Y ahí está también Peso Pluma, tomando nota, si ser o no ser, quedarse en Hollywood o volver a Zapopan. No sabemos aún qué decidirá. Pero su decisión, como la de todos, ya no es solo artística: es política, diplomática, y profundamente estratégica. Y el dilema es simple: dejar de cantar y “describir “en primera persona y volver a “narrar” corridos en la tercera.
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