Trump y la bienvenida al “Silicon Reich”/el fascismo tecnológico

La reciente decisión de Mark Zuckerberg y Meta de abandonar el uso del fact-checking marca un viraje político y estratégico que sugiere una alineación directa con la agenda de la administración de Donald Trump. Este movimiento, que implica una ruptura con las políticas anteriores de moderación de contenido, podría interpretarse como un intento de resguardar los intereses corporativos de Meta frente a una segunda presidencia de Trump, en la que los lazos entre el poder político y los gigantes tecnológicos parecen fortalecerse.

La eliminación del fact-checking en una plataforma con el alcance de Meta inaugura un escenario preocupante: una nueva etapa de desinformación masiva. Esto abre la puerta a la proliferación de teorías conspirativas y narrativas polarizantes, que no solo moldearán la mentalidad de los usuarios, sino que también facilitarán un entorno político donde la verdad y los hechos objetivos quedarán relegados. Este contexto, lejos de ser casual, puede ser el reflejo de una estrategia calculada: ceder a las demandas políticas a cambio de favores futuros en un sistema que cada vez parece más dependiente de la tecnología.

El Silicon Reich: fascismo tecnológico en gestación

El concepto de “Silicon Reich”, acuñado por Achille Mbembe, (Rethinking Democracy Beyond the Human. 2017) cobra relevancia en este panorama. Representa la consolidación de un fascismo tecnológico, donde las empresas y sus líderes ejercen una influencia desproporcionada sobre la política y las decisiones globales. Bajo esta lógica, los CEO de Silicon Valley dejan de ser observadores neutrales y se convierten en actores políticos activos. La inminente participación de más de 100 líderes tecnológicos en la toma de posesión de Trump (incluyendo al CEO de TikTok) ilustra esta simbiosis: una alianza que podría redefinir no solo la política estadounidense, sino también el orden geopolítico mundial.

La figura de Elon Musk, aunque no puede aspirar a la presidencia de Estados Unidos por su origen extranjero, se perfila como un actor clave en este nuevo orden. Su papel como asesor de políticas estatales y su control de plataformas de alcance masivo como Twitter lo convierten en un jugador esencial en la cibergeopolítica. Su influencia podría determinar políticas nacionales e internacionales, consolidando un modelo de gobernanza tecnológica donde los intereses corporativos superan a los tradicionales.

La convergencia entre los intereses de los gigantes tecnológicos y el poder político plantea un futuro donde las instituciones democráticas tradicionales se ven eclipsadas por una nueva casta de “sátrapas cibernéticos”. Este fenómeno no solo reconfigura las dinámicas del poder, sino que también subraya los desafíos que enfrentan las sociedades modernas para garantizar la transparencia, la verdad y la soberanía en un mundo crecientemente gobernado por algoritmos e intereses corporativos.


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