Narco-propaganda postmortem: cómo desacralizan Los Chapitos

La profanación de tumbas en el narcotráfico mexicano ha evolucionado hacia un fenómeno profundamente simbólico y escalofriante, definido por una mentalidad psicótica centrada en la “necropropaganda”. Este concepto describe el uso estratégico de la muerte y sus símbolos para transmitir mensajes de control, terror y dominación. En el caso de Iván Archivaldo y Jesús Alfredo Guzmán, los llamados “Chapitos”, sus recientes acciones no solo incluyen la quema y la destrucción de tumbas, sino también la sustracción de restos humanos de los familiares de sus enemigos, lo que amplifica el mensaje de humillación y control hacia sus rivales vivos.

En el contexto de la guerra intestina desatada en septiembre de 2024 entre los “Chapitos” y la facción “Mayiza”, liderada por el “Mayito Flaco”, estas acciones han adquirido un significado aterrador. Este conflicto, motivado por una limpieza de honra tras el secuestro y entrega del patriarca Ismael “El Mayo” Zambada a las autoridades estadounidenses en julio de 2024, incluyó la profanación del mausoleo de Dámaso López Núñez y la tumba del hijo del “Vicentillo” Zambada en noviembre de 2024.

Además de la destrucción de los espacios funerarios, los “Chapitos” han recurrido a la sustracción de los restos mortales como una extensión de su mensaje de control total. Este acto, más que un simple gesto de venganza, se convierte en un ataque simbólico que busca borrar completamente la memoria y la dignidad de sus rivales, negándoles incluso el reposo final.

La lógica de destruir y sustraer restos humanos como medio de dominación encuentra paralelismos en la historia. Durante el régimen nazi, los cementerios judíos fueron profanados como parte de una estrategia para eliminar la identidad y la memoria de la comunidad judía. Más tarde, en la Alemania postnazi, tumbas de altos mandos nazis fueron desmanteladas para evitar su glorificación. De manera similar, en El Salvador, el régimen de Nayib Bukele ha demolido tumbas de miembros de la Mara Salvatrucha y la Mara Barrio 18 en su intento de erradicación total. En todos estos casos, la profanación de tumbas no solo busca borrar el pasado, sino también reconfigurar la narrativa del presente, consolidando la supremacía de quienes ejercen el poder.

En el ámbito del narcotráfico mexicano, la violencia postmortem tiene precedentes inquietantes. Howard Campbell, con el término la “violencia psicodélica”, analiza cómo los cárteles mexicanos han llevado la violencia a dimensiones simbólicas y mediáticas. Durante la guerra interna del Cártel de Sinaloa, durante el sexenio de Felipe Calderón, ambos bandos colocaban cuerpos mutilados sobre las tumbas de antiguos jefes que habían servido al bando contrario. En particular, se registraron varios incidentes en la tumba de Arturo Beltrán Leyva, cuya memoria fue utilizada como campo de disputa simbólica para mostrar control y enviar mensajes de dominación.

Sin embargo, las acciones de los “Chapitos” van más allá, alcanzando un nivel psicótico y desacralizante al combinar la destrucción de tumbas con la sustracción de restos humanos. Estos actos no solo perpetúan el conflicto en el plano espiritual, sino que también envían un mensaje claro de omnipresencia y control total a sus enemigos vivos, así como perpetuar el miedo.

Este fenómeno refleja cómo la violencia contemporánea ya no se limita al ámbito económico y territorial, sino que se extiende al cultural y simbólico. Los “Chapitos” han convertido el ataque a los muertos en un arma estratégica que busca controlar las narrativas internas del narcotráfico y consolidar su dominio frente a sus enemigos.


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