Natanael Cano y el Capitalismo Gore

Natanael Cano, el joven artista mexicano de Sonora que irrumpió en la escena musical con apenas 18 años, encarna un fenómeno cultural que emerge de las periferias del neoliberalismo y se proyecta hacia la cultura popular global. Su trayectoria es más que una simple carrera musical; es la manifestación de un espacio cultural en el cual los márgenes del capitalismo contemporáneo se materializan en formas narrativas, estéticas y económicas. Al autodenominarse “el más duro de México” en medio de las burlas iniciales, Cano no solo defendía un nuevo estilo musical sino también un lugar simbólico desde donde articular una narrativa que responde a las demandas y contradicciones de su tiempo.

El corrido tumbado, género que Cano bautizó y ayudó a forjar, no es únicamente una variación musical de los corridos tradicionales, sino la reconfiguración de un relato épico y ético, cargado de símbolos aspiracionales. Composiciones como Diamantes o Porte Exuberante, ambos corridos del album A Mis 20 (2021), relatan a un sujeto de consumo, cuya existencia se encuentra sintonizada con las promesas y ofertas del neoliberalismo: el lujo, la ostentación, y la apropiación de símbolos de estatus son leitmotivs recurrentes. Este sujeto, que se define por lo que posee y por cómo lo exhibe, se sitúa en un continuo entre la marginalidad de la pobreza y la integración a una economía global que valora lo efímero y lo deslumbrante. En este sentido, Cano y otros exponentes del género encarnan una versión moderna del bildungsroman, un proceso de formación que no está guiado por ideales trascendentes, sino por la lógica implacable del mercado y la promesa de éxito económico.

Sin embargo, este relato de ascenso social en el capitalismo del siglo XXI no puede separarse de su contexto de origen. Las dinámicas de violencia social —desde el narcotráfico hasta la trata de personas— han gestado un sistema de explotación donde la producción de riqueza se apoya en la apropiación de vidas y cuerpos. En esta narrativa, los protagonistas de los corridos tumbados no son simples testigos o víctimas, sino agentes que participan de un orden económico depredador. Como sostiene Sayak Valencia, se convierten en “sujetos endriagos”, expertos en depredación que prescinden de la ética convencional y operan bajo los imperativos del mercado.

Este fenómeno se evidencia en PRC, el corrido emblemático que unió a Natanael Cano y Peso Pluma, dos de los máximos exponentes del género tumbado. La colaboración entre ambos no es una mera estrategia comercial, sino una declaración simbólica de poder. En PRC, se construye una narrativa en la que los protagonistas despliegan su dominio no solo mediante la acumulación de bienes, sino también a través del control territorial y simbólico. Son relatos que, en lugar de adoptar una visión moralista, describen un mundo regido por las reglas del mercado, donde la riqueza se genera en la intersección entre lo legal e ilegal, y donde las fronteras nacionales son porosas para el capital, pero implacables para los cuerpos que demandan su PRC: polvo, ruedas y cristal (cocaína, fentanilo y metanfetamina, respectivamente).

Cano y sus contemporáneos han creado un género musical que dialoga con las realidades de un capitalismo transfronterizo y depredador, cuyas repercusiones no solo afectan las periferias, sino también los centros de poder económico y cultural. En su trayecto de artistas emergentes a fenómenos globales, los corridos tumbados ponen de manifiesto cómo las narrativas marginales pueden colonizar la cultura popular, reescribiendo los cánones de éxito y poder desde el margen hacia el centro. Este es un testimonio de cómo, en una era neoliberal, la industria cultural no solo es una máquina de producción de entretenimiento, sino también un espejo de los complejos y contradictorios caminos hacia la supervivencia y la trascendencia en tiempos de crisis sistémica.


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